LAVAR EN CASA
Todos,
en alguna u otra ocasión, habremos escuchado o recitado este axioma popular que
dice “los trapos sucios se lavan en casa”
y el que más o el que menos entenderá que dicha afirmación se refiere a la
imperiosa necesidad de evitar que las desavenencias, las discrepancias y los
malos asuntos han de resolverse con calma, sin exponerlos a un mundo exterior
siempre dispuesto a verdulear con los mismos.
Aunque
si estamos de acuerdo con lo apropiada de dicha sentencia no discreparemos si
aseveramos que bien, que lo debemos discutir en el interior del hogar, pero que
hay que discutirlo. Y es en esta segunda parte dónde suelen enquistarse los
conflictos, porque en lugar de una discusión sosegada sobre los puntos de
fricción, en general, quien ostenta mayor poder, o se encuentra en una
situación de privilegio, quien mantiene la “línea oficial” suele preferir la
respuesta larga, el “patadón pa´lante”, zanjando el debate con un “ahora no toca”
Esto
que narro es un clásico de la vida, algo que ocurre en la práctica totalidad de
ámbitos en la que dos o más personas comparten algún proyecto en común, bien
sea la familia, un partido político, un sindicato, o una sociedad gastronómica.
En todos estos ámbitos encontraremos momentos en los que los trapos requieren
ser lavados en la intimidad y de cómo se trabajen esas discrepancias, así será
el resultado y el futuro. Por supuesto, también actúa el factor humano, la
maldad o bondad de los individuos. Indudable. Aún así, sin ese debate interno
todo lo demás pasará a un segundo plano y lo que era un problema, quizá de
sencilla solución con cesiones por todas las partes, se convertirá, de forma
irremediable en un quiste y ya sólo la cirugía podrá poner fin a esa
desavenencia.
Por
mi parte hace años que abandoné la ingenuidad de un mundo maravilloso, de
unidad sin discrepancias, dónde todos caminásemos unidos de la mano cantando el
Kumbayá y en su lugar imaginé una vida de discusión , asamblearia, en el que
cualquier opción pudiera ser defendida y que, una vez acordada, votada o
enmendada fuera asumida por la mayoría de forma leal. Y ahí llegamos a la
segunda parte y no menos importante del axioma que da título a éste post, la
lealtad. Y aquí también, quien defiende la “línea oficial” tiende a equivocar
el significado y asumen, exigen, y reclaman que nadie discrepe a la espera de “que toque” antes incluso de saber si su
posición, aunque oficial, es mayoritaria o no. No se puede por tanto discrepar
fuera de casa, y hay que esperar, con cabeza gacha a que llegue ese momento
mágico y alguien decida que ahora sí, ahora toca. Pero eso no es lealtad, eso
es borreguísmo. Leal es quien no utiliza la discrepancia para atacar desde el
exterior, leal es quien asume los resultados de un debate, pero leal no es
actuar en contra de tus principios simplemente porque estos no se han debatido,
eso tiene otro nombre.
Pero
si es preocupante que quien ostenta el poder, quien defiende la línea oficial
actúe de estos modos, para mí es aún más preocupante la cantidad de personas
que son críticos de barra y cerveza pero que a la hora de la verdad callan y
critican abiertamente a quienes manifiestan disidencia. Esas personas que
preferirán ver en la discrepancia interna un enfrentamiento externo y harán
todo lo que esté en su mano para que así sea, y después hablarán de profecías
autocumplidas. Esas mismas personas suelen ser además las mas beligerantes
cuando se trata de atacar al poder externo, a ese que se haya fuera de nuestra
zona de confort, y ahí hablarán de desobediencia, de insumisión ante normas,
leyes y reglas que le sean contrarias. Lo harán con ímpetu revolucionario, y
hablarán de pureza al tiempo que en lo interno desacreditarán cualquier acción
del mismo tipo por ser desestabilizadora y desleal, “no tragues nunca con las
injusticias del Sistema, calla ante las injusticias internas”. Y esas personas
pretenden que les crea.
Y
así, terminando el post me viene a la cabeza un tema de Loquillo y los
Trogloditas, “La Policía”; Y aún quieren de mí, ¡que les quiera!
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