miércoles, 13 de febrero de 2019

De Irizar a la revolución


DE IRIZAR A LA REVOLUCIÓN

Dicen, quienes me conocen, que con la edad me he vuelto más pragmático y posibilista. La verdad es que no seré yo quien les desmienta, porque opinar sobre uno mismo siempre es una acción subjetiva y de parte. El caso es que es cierto que la idea romántica de la revolución que sustentaba en mi juventud pasó a mejor vida. Ahora masco, saboreo y digiero cada bocado. Veo, cual Galeano de tres al cuarto, que la Utopía es el camino e intento no dejar de caminar. “I´m a poor lonesome cowboy…”

Sigo creyendo en la necesidad de revolucionarlo todo, de que este mundo no se merece este Sistema, de que nadie es más que nadie. Al tiempo que intento no engañarme, no estamos preparadas. No, estamos muy lejos de del sol poniente, y no viajamos en un corcel blanco, cigarro en comisura y guitarra bandolera. Asusta saber que lo que nuestros abuelos defendían, sin apenas saber leer, hoy nos parece locura. Asusta pensar que lo que ayer era reformismo hoy parece revolucionario. Asusta, pero el primer paso es reconocerlo.

Me gustaría ser puro, casto y sabio, como quien me explica lo que quiso decir Marx, o Bakunin, o Adams, pero soy preso del tiempo en el que vivo, y hoy estamos lejos de poder exigir los medios de producción. Estamos a “dos mil años luz” de la conciencia colectiva. Vivimos en tiempos del Ego sumiso e infeliz, y para avanzar, para reaprender y aprehender a caminar primero hay que saber poner un pie delante de otro. Descubrir lo bello entre la basura, esa flor naciendo en el vertedero que te indica que debajo de la basura, incluso entre ella, puede crecer la vida, otra vida.

En un Sistema en el que las empresas y los empresarios (especialmente los empresarios estrella, Roig, Ortega, etc) son dioses benefactores, que crean empleo y riqueza, pero son totalmente irresponsables de las crisis, los despidos y cierres, a veces también puedes ver esperanzas floreciendo. Por eso, apuestas como el Nuevo Estilo de Relaciones, NER, impulsado por Koldo Saratxaga y otros soñadores tienen mucho de positivo que incluso desde la izquierda tendríamos que poner en valor.

Por supuesto, el NER no es un modelo revolucionario. No, claro que no, no me lapiden los puristas, pero fíjense en el planteamiento; empoderar al trabajador y democratizar las relaciones empresa-productor. No, no ponen en cuestión el Sistema Capitalista. No ponen en cuestión la propiedad privada. Incluso podéis decirme, y seguro que tendréis razón, que no ponen en cuestión la acumulación de riqueza, aunque yo creo que al menos proponen un reparto algo más justo, pero no los defenderé. Sin embargo, y aquí está la clave, para la mayoría social, para quienes no se han dedicado la vida a analizar “el Capital”, “La conquista del Pan” o “Dios y el Estado” la propuesta es lo más cercano a una clase magistral y práctica de empoderamiento.

En un tiempo en el que la clase trabajadora ha asumido su rol de subordinada; subordinadas a la política, subordinadas al empresario, al encargado, subordinadas e ignoradas. Muy profesionalizadas, eso sí. Hemos llegado al punto en el que es el “mercado” y las empresas las que proponen el modelo formativo. “…Hay que estudiar, algo con porvenir. Hay que estudiar, algo para escapar. Una carrera con salida…” ¿Dónde queda el interés formativo del individuo? ¿Dónde el interés vital de las personas? A quién le importa. Nacemos para ser engranaje.

Pero el NER rompe, en parte, esa visión. Plantea dos asuntos cruciales sobre el empleo;
  • ·        La empresa no es un ente ajeno a la sociedad que la rodea.
  • ·        Las personas que componen la empresa, son la empresa.

Con estas dos premisas, si bien no se rompe el sistema, lo que sí se logra es empoderar a la clase trabajadora. Romper el estigma de la incapacidad, de lo imposible. Esas reglas no escritas que dicen que los trabajadores no pueden “gestionar”, mientras en estas empresas se les plantea que sí, que sus opiniones, sus ideas valen. Esas reglas no escritas que dicen que las trabajadoras tienen que estar atadas a normas estrictas porque si no se desmadran, mientras ven que no, que se puede tener en cuenta sus necesidades, sus anhelos, que se pueden eliminar normas y sustituirlas por consensos. Dicho de forma simple. Aquellas personas que desarrollan su vida laboral en base a esta filosofía se sienten dueños de su trabajo, o al menos, mucho más dueños que en otros ámbitos, ¿Y no es ese el primer paso imprescindible para que puedan llegar a cuestionar y cuestionárselo todo? ¿Es que ese cuestionamiento no es la base de todo proceso reflexivo revolucionario?

Sí, es doloroso pensar que la propuesta más útil a la revolución no venga del mundo sindical, pero quizá sea que hace tiempo que el sindicalismo (siempre hay excepciones) dejó de lado la formación y el empoderamiento de las trabajadoras limitándose a aportar y generar modelos “defensivos” y de servicios. Quizá sea que desde la izquierda, sobre todo desde aquellos maxi-teóricos-puristas, se habla de términos como la autogestión, el control de los medios de producción, la nacionalización… etc, pero solo se plantean en el plano teórico. Falta praxis revolucionaria, falta gimnasia revolucionaria, y se sorprendan o no, el NER está más cerca de los postulados de Kropotkin del apoyo mutuo que círculos, asambleas o discursos. Haríamos bien, al menos, en observar, porque incluso Vercingentorix aprendió de Julio César para combatirlo.