martes, 24 de noviembre de 2015

En nombre de Dios

EN NOMBRE DE DIOS

            Soy Ateo por la gracia de Dios, así lo expongo en un post anterior y así lo mantengo. Y hablo del Dios judío, cristiano y musulmán. Y soy Ateo y no Agnóstico, o sea, no es que no crea en su existencia, sino que también estoy convencido de que para un verdadero progreso social de la humanidad es imprescindible acabar con Dios como concepto.

            Podría dar cientos de argumentos para su destrucción, su aniquilación y su destierro, desde los efectos perversos y desmotivadores que su “existencia” tiene en los individuos, a cómo la falsa promesa de una vida celestial alimenta la resignación en ésta. Pero me voy a centrar en  las atrocidades que en su nombre se ejecutan ahora que suenan tambores de Guerra Santa, aunque en el fondo todos sepamos que el Dios al que se invoca, en realidad, es bastante más terrenal y tiene mucho que ver con el petróleo y el símbolo del dólar.

            La primera visión en perspectiva que se requiere hacer es entender que las dos religiones monoteístas mayoritarias y la tercera, más minoritaria pero con gran influencia, comparten los textos primigenios, esto es, el Tajnaj judío, el Antiguo Testamento cristiano y el Corán, bien es cierto que éste último no es un copia pega de los anteriores sino que interpreta los mismos, coincidiendo personajes pero no así todas las acciones. En estos textos resulta que ese Dios de paz y misericordia asesinó de las más diversas formas a una cifra aproximada que rondaría los 25 millones de personas, muchas menos fueron las víctimas de su archienemigo y antagonista de cuyos crímenes no se tiene constancia más allá de inducir al pecado, generalmente muy ligados los mismos al placer de la carne, o sea, el sexo.

            Es por lo anterior, que con esos precedentes en los que millones de personas adoran a un ser del que no se tiene constancia, ni histórica ni física, y cuyo primer rasgo, lejos de ser esa paz y misericordia que los creyentes nos pretenden vender, en honor a la verdad deberíamos asumir que es la venganza, no deberíamos sorprendernos de que esos fieles aboguen por el ojo por ojo a la menor oportunidad. Y ese modus operandi no corresponde única y exclusivamente a una de las religiones sino que es rasgo fundamental de las tres, y las tres la utilizan para justificar lo injustificable.

            En estos días de guerra continua en la que USA y sus corderitos europeos tratan de convencernos de que el único enemigo es el Islam, el que amenaza a la “civilización occidental”. Ahora que aprovechando el río revuelto el cristianismo crecido nos defiende “su” verdad como la única civilizada, la única que defiende valores sociales y por ende, la única a preservar y para ello no duelen prendas en alimentar el odio, el racismo y la guerra. Parece que cualquier cuestionamiento de la religión es un ataque a las personas, y que tenemos que tomar partido, y yo echo en falta poder hablar claro. Poder decir que no quiero mezquitas, como no quiero iglesias ni catedrales.


            Pero no soy ingenuo, estos crímenes realizados al amparo de un Dios mayor serían igualmente realizados sin ese paraguas religioso, por que sí, por que el objetivo es más terrenal, habla de poder, de riqueza, de control energético, de geopolítica, sin embargo, posiblemente estos crímenes, atentados, bombardeos y guerras varias, no contarían con un apoyo fanático de los pueblos sin ese celofán místico. Y porque mientras discutimos sobre religiones y libertades religiosas no miramos a la luna. Y en nombre de Dios estamos en guerra, una guerra que yo no he provocado.

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