lunes, 30 de noviembre de 2015

Lavar en casa

LAVAR EN CASA

            Todos, en alguna u otra ocasión, habremos escuchado o recitado este axioma popular que dice “los trapos sucios se lavan en casa” y el que más o el que menos entenderá que dicha afirmación se refiere a la imperiosa necesidad de evitar que las desavenencias, las discrepancias y los malos asuntos han de resolverse con calma, sin exponerlos a un mundo exterior siempre dispuesto a verdulear con los mismos.

            Aunque si estamos de acuerdo con lo apropiada de dicha sentencia no discreparemos si aseveramos que bien, que lo debemos discutir en el interior del hogar, pero que hay que discutirlo. Y es en esta segunda parte dónde suelen enquistarse los conflictos, porque en lugar de una discusión sosegada sobre los puntos de fricción, en general, quien ostenta mayor poder, o se encuentra en una situación de privilegio, quien mantiene la “línea oficial” suele preferir la respuesta larga, el “patadón pa´lante”, zanjando el debate con un “ahora no toca”

            Esto que narro es un clásico de la vida, algo que ocurre en la práctica totalidad de ámbitos en la que dos o más personas comparten algún proyecto en común, bien sea la familia, un partido político, un sindicato, o una sociedad gastronómica. En todos estos ámbitos encontraremos momentos en los que los trapos requieren ser lavados en la intimidad y de cómo se trabajen esas discrepancias, así será el resultado y el futuro. Por supuesto, también actúa el factor humano, la maldad o bondad de los individuos. Indudable. Aún así, sin ese debate interno todo lo demás pasará a un segundo plano y lo que era un problema, quizá de sencilla solución con cesiones por todas las partes, se convertirá, de forma irremediable en un quiste y ya sólo la cirugía podrá poner fin a esa desavenencia.

            Por mi parte hace años que abandoné la ingenuidad de un mundo maravilloso, de unidad sin discrepancias, dónde todos caminásemos unidos de la mano cantando el Kumbayá y en su lugar imaginé una vida de discusión , asamblearia, en el que cualquier opción pudiera ser defendida y que, una vez acordada, votada o enmendada fuera asumida por la mayoría de forma leal. Y ahí llegamos a la segunda parte y no menos importante del axioma que da título a éste post, la lealtad. Y aquí también, quien defiende la “línea oficial” tiende a equivocar el significado y asumen, exigen, y reclaman que nadie discrepe a la espera de “que toque” antes incluso de saber si su posición, aunque oficial, es mayoritaria o no. No se puede por tanto discrepar fuera de casa, y hay que esperar, con cabeza gacha a que llegue ese momento mágico y alguien decida que ahora sí, ahora toca. Pero eso no es lealtad, eso es borreguísmo. Leal es quien no utiliza la discrepancia para atacar desde el exterior, leal es quien asume los resultados de un debate, pero leal no es actuar en contra de tus principios simplemente porque estos no se han debatido, eso tiene otro nombre.

            Pero si es preocupante que quien ostenta el poder, quien defiende la línea oficial actúe de estos modos, para mí es aún más preocupante la cantidad de personas que son críticos de barra y cerveza pero que a la hora de la verdad callan y critican abiertamente a quienes manifiestan disidencia. Esas personas que preferirán ver en la discrepancia interna un enfrentamiento externo y harán todo lo que esté en su mano para que así sea, y después hablarán de profecías autocumplidas. Esas mismas personas suelen ser además las mas beligerantes cuando se trata de atacar al poder externo, a ese que se haya fuera de nuestra zona de confort, y ahí hablarán de desobediencia, de insumisión ante normas, leyes y reglas que le sean contrarias. Lo harán con ímpetu revolucionario, y hablarán de pureza al tiempo que en lo interno desacreditarán cualquier acción del mismo tipo por ser desestabilizadora y desleal, “no tragues nunca con las injusticias del Sistema, calla ante las injusticias internas”. Y esas personas pretenden que les crea.


            Y así, terminando el post me viene a la cabeza un tema de Loquillo y los Trogloditas, “La Policía”; Y aún quieren de mí, ¡que les quiera!

martes, 24 de noviembre de 2015

En nombre de Dios

EN NOMBRE DE DIOS

            Soy Ateo por la gracia de Dios, así lo expongo en un post anterior y así lo mantengo. Y hablo del Dios judío, cristiano y musulmán. Y soy Ateo y no Agnóstico, o sea, no es que no crea en su existencia, sino que también estoy convencido de que para un verdadero progreso social de la humanidad es imprescindible acabar con Dios como concepto.

            Podría dar cientos de argumentos para su destrucción, su aniquilación y su destierro, desde los efectos perversos y desmotivadores que su “existencia” tiene en los individuos, a cómo la falsa promesa de una vida celestial alimenta la resignación en ésta. Pero me voy a centrar en  las atrocidades que en su nombre se ejecutan ahora que suenan tambores de Guerra Santa, aunque en el fondo todos sepamos que el Dios al que se invoca, en realidad, es bastante más terrenal y tiene mucho que ver con el petróleo y el símbolo del dólar.

            La primera visión en perspectiva que se requiere hacer es entender que las dos religiones monoteístas mayoritarias y la tercera, más minoritaria pero con gran influencia, comparten los textos primigenios, esto es, el Tajnaj judío, el Antiguo Testamento cristiano y el Corán, bien es cierto que éste último no es un copia pega de los anteriores sino que interpreta los mismos, coincidiendo personajes pero no así todas las acciones. En estos textos resulta que ese Dios de paz y misericordia asesinó de las más diversas formas a una cifra aproximada que rondaría los 25 millones de personas, muchas menos fueron las víctimas de su archienemigo y antagonista de cuyos crímenes no se tiene constancia más allá de inducir al pecado, generalmente muy ligados los mismos al placer de la carne, o sea, el sexo.

            Es por lo anterior, que con esos precedentes en los que millones de personas adoran a un ser del que no se tiene constancia, ni histórica ni física, y cuyo primer rasgo, lejos de ser esa paz y misericordia que los creyentes nos pretenden vender, en honor a la verdad deberíamos asumir que es la venganza, no deberíamos sorprendernos de que esos fieles aboguen por el ojo por ojo a la menor oportunidad. Y ese modus operandi no corresponde única y exclusivamente a una de las religiones sino que es rasgo fundamental de las tres, y las tres la utilizan para justificar lo injustificable.

            En estos días de guerra continua en la que USA y sus corderitos europeos tratan de convencernos de que el único enemigo es el Islam, el que amenaza a la “civilización occidental”. Ahora que aprovechando el río revuelto el cristianismo crecido nos defiende “su” verdad como la única civilizada, la única que defiende valores sociales y por ende, la única a preservar y para ello no duelen prendas en alimentar el odio, el racismo y la guerra. Parece que cualquier cuestionamiento de la religión es un ataque a las personas, y que tenemos que tomar partido, y yo echo en falta poder hablar claro. Poder decir que no quiero mezquitas, como no quiero iglesias ni catedrales.


            Pero no soy ingenuo, estos crímenes realizados al amparo de un Dios mayor serían igualmente realizados sin ese paraguas religioso, por que sí, por que el objetivo es más terrenal, habla de poder, de riqueza, de control energético, de geopolítica, sin embargo, posiblemente estos crímenes, atentados, bombardeos y guerras varias, no contarían con un apoyo fanático de los pueblos sin ese celofán místico. Y porque mientras discutimos sobre religiones y libertades religiosas no miramos a la luna. Y en nombre de Dios estamos en guerra, una guerra que yo no he provocado.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Tengo miedo

TENGO MIEDO

            Sí, he de reconocerlo, los gobiernos lo han conseguido, han inoculado en mí el virus del terror y vivo asustado, temeroso. A mis 42 años siento que emocionalmente vuelvo a tener 9 o 10. Años de guerra fría, de conflictos entre Irán e Irak, Líbano, El Salvador, Nicaragua, Afganistán, todos ellos con el aliento de las Superpotencias que es como se llamaban entonces a los USA y la URSS. Y bailando sobre nuestras cabezas miles de otras cabezas, estas nucleares que sabíamos que podían acabar con la vida del planeta, 10, 20, 30 veces. Veíamos en la televisión el proyecto “La Guerra de las Galaxias” y no era una película, sino algo mucho más macabro. Hablaban de escudos antimisiles, de laser. Y yo, al contrario que muchos o la mayoría de mis compañeros de clase, no iba a dormir pensando en el partido de futbito del recreo sino que lo hacía esperando que esa noche ni a Reagan ni a Brezhnev se le ocurriese apretar el botoncito.

            Pues bien, enhorabuena, ya vivo en el terror, no con el miedo a que un descerebrado se llene el cuerpo de Goma2 y volemos en pedacitos, eso puede ocurrir, no lo niego, pero no me quita el sueño, el miedo me lo dan una retahíla de gobernantes con bolsillos que ven en la guerra su negocio y el de cuantos de las guerras hallan su lucro. Y aún más miedo me dan las masas aborregadas que piden sangre desde la comodidad de su sillón, quizá desde la pantalla de un ordenador y que se imaginan la guerra en Technicolor. (Para los muy jóvenes, el Technicolor era lo más de lo más en calidad cinematográfica cuando el cine bélico sobre la II Guerra Mundial lo copaba todo) Esa misma gente que no sufre, ni se santigua, ni cambia la foto de su perfil cuando masacran a la población siria, palestina, eritrea, afgana, somalí,... por que en el fondo, piensan, son así, son inferiores, gente que siempre está en guerra, o simplemente, algo habrán hecho. Y lo piensas porque en tu país no oyes los disparos, pero tú alimentas esas guerras, con armas, con soldados, con aviones.

            Sí, estoy acojonado por que veo a los borregos preparados, aunque todavía les pilla lejos, y veo un mundo acelerado hacia la guerra constante con el beneplácito de las masas, y veo que cuando quieran despertar será tarde, y de nada valdrá un “os lo dije”.  

            Estoy asustado, sí, mucho. Por que sé que los que alientan las guerras rara vez morirán en una. Por que las victimas siempre caen del mismo lado, sean estas musulmanas, cristianas o ateas, siempre serán  pobres. Hijos de pobres los que morirán en el frente, y pobres los que serán masacrados por las bombas lanzadas desde una consola.

            Me asusta la guerra, sí, y me asustas tú que la justificas. La guerra nunca es justa, nunca es santa, la guerra es guerra, y tiene banda sonora de artilleria, y brazos, y piernas, y muerte, y llantos y sangre, mucha sangre. Dices que ellos atacaron primero, y mira, no tengo fuerzas para discutirlo y sobre todo no quiero descubrir de quien será el último golpe. Todo boxeador termina noqueado. Y por cierto, aunque desde tu sillón ya lo hayas olvidado, yo lo tengo muy presente, aún sigue existiendo aquel botoncito que a mi me robó ingenuidad y que espero no me robe nada más. 


            El hombre va a la guerra con ingenuidad, creyendo en grandes gestas, en honor y gloria, y vuelve muerto, tullido, escarmentado y desengañado, quizás con alguna medalla para gloria de un coleccionista, pero los que ganan, los vencedores, esos no habrán disparado una sola bala.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Los chantajistas

LOS CHANTAJISTAS

            Espero tenga a bien disculpar mi atrevimiento Vuecencia, que no interrumpa sus sueños mi diatriba, y sepa de mi humildad, de mi sumisa resignación ante sus eminentes designios que han de marcar mi futuro, mi vida y posición. Usted, oh grande entre los grandes, ha tenido a bien admitir a este pobre incauto en su organización, y seré el último mono, en silencio, viendo pasar mi jornada de ocho horas legales y las que usted tenga a bien ordenar de prórroga. Levantaré con mi sudor su imperio y seré feliz con las migajas. Asumiré con resignación cuando mi presencia no sea ya de su agrado y decida con una graciosa patada liberarse de mi ingrata presencia.

            Sepa Vuecencia de mi indignación siempre que escucho, veo o leo críticas a su misericordiosa labor de dar empleo a la plebe necesitada, compuesta mayormente de vagos y maleantes, desagradecidos que hablan de justicia y reparto de riqueza, sin tener en consideración sus desvelos  por ver que los ceros de su cuenta no ascienden tan rápido como usted desearía. Y qué decir de las instituciones públicas, siempre pensando en desangrarle con impuestos que se llevan un 7% de sus escuetos beneficios, y se quejan de que los proteja con el dominio de las artes de elusión y fraude que la Divinidad tuvo a bien otorgarle. A usted, prócer insustituible para esta nuestra comunidad.

            Vergüenza ajena siento cuando al político de turno se le ocurre exigirle compromiso alguno a cambio de las míseras ayudas que le otorgan, mientras entregan cientos de euros a pobres que no tienen dónde caerse muertos y que deslucen nuestras ciudades y pueblos. Y se atreven a llamarle chantajista porque busque lo mejor para sus beneficios, y ello le requiera cerrar plantas aquí para abrirlas en otro lugar donde los trabajadores demuestren mayor respeto por usted y donde los políticos sepan su lugar y ofrezcan sus prebendas.  


            Pero soy optimista, y espero sinceramente que el TTIP llegue a buen puerto, que los Estados se echen a un lado, y que usted y sus pares gobiernen sin interferencias molestas, sin controles absurdos por parte de eso que llaman Democracia y que no es sino la capacidad de injerencia de una plebe molesta y de sus supuestos derechos, derechos que no son productivos, ni le producen a usted, Oh gran Prócer, ningún beneficio. Usted que se desvive por amasar fortuna ¿Qué ha de importarle un ciento de nuevos parados? ¿Y quién somos los nadie para poner condiciones y exigencias a usted, prelado del Dios Dinero?