LOS CHANTAJISTAS
Espero tenga a bien disculpar mi
atrevimiento Vuecencia, que no interrumpa sus sueños mi diatriba, y sepa de mi
humildad, de mi sumisa resignación ante sus eminentes designios que han de
marcar mi futuro, mi vida y posición. Usted, oh grande entre los grandes, ha
tenido a bien admitir a este pobre incauto en su organización, y seré el último
mono, en silencio, viendo pasar mi jornada de ocho horas legales y las que
usted tenga a bien ordenar de prórroga. Levantaré con mi sudor su imperio y
seré feliz con las migajas. Asumiré con resignación cuando mi presencia no sea
ya de su agrado y decida con una graciosa patada liberarse de mi ingrata
presencia.
Sepa
Vuecencia de mi indignación siempre que escucho, veo o leo críticas a su
misericordiosa labor de dar empleo a la plebe necesitada, compuesta mayormente
de vagos y maleantes, desagradecidos que hablan de justicia y reparto de
riqueza, sin tener en consideración sus desvelos por ver que los ceros de su cuenta no
ascienden tan rápido como usted desearía. Y qué decir de las instituciones
públicas, siempre pensando en desangrarle con impuestos que se llevan un 7% de
sus escuetos beneficios, y se quejan de que los proteja con el dominio de las
artes de elusión y fraude que la Divinidad tuvo a bien otorgarle. A usted,
prócer insustituible para esta nuestra comunidad.
Vergüenza
ajena siento cuando al político de turno se le ocurre exigirle compromiso
alguno a cambio de las míseras ayudas que le otorgan, mientras entregan cientos
de euros a pobres que no tienen dónde caerse muertos y que deslucen nuestras
ciudades y pueblos. Y se atreven a llamarle chantajista porque busque lo mejor
para sus beneficios, y ello le requiera cerrar plantas aquí para abrirlas en
otro lugar donde los trabajadores demuestren mayor respeto por usted y donde
los políticos sepan su lugar y ofrezcan sus prebendas.
Pero
soy optimista, y espero sinceramente que el TTIP llegue a buen puerto, que los
Estados se echen a un lado, y que usted y sus pares gobiernen sin interferencias
molestas, sin controles absurdos por parte de eso que llaman Democracia y que
no es sino la capacidad de injerencia de una plebe molesta y de sus supuestos
derechos, derechos que no son productivos, ni le producen a usted, Oh gran
Prócer, ningún beneficio. Usted que se desvive por amasar fortuna ¿Qué ha de
importarle un ciento de nuevos parados? ¿Y quién somos los nadie para poner
condiciones y exigencias a usted, prelado del Dios Dinero?
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