miércoles, 22 de noviembre de 2017

Puta vida

PUTA VIDA

Cantaban los Ilegales, en un himno ochentero, que “el mundo es basura, pero me gusta estar vivo.” Creo que pocas frases-versos-versículos me habré repetido en tantas ocasiones a lo  largo de mi vida. Y es que la vida es dura. Se nos hace corta al mirar al pasado, pero son muchos momentos en los que parece ralentizarse, parece no avanzar, no llegar. Cuánto tarda la mayoría de edad, y qué decepción al llegar y ver que poco o nada cambia en nuestra vida, y lo que lo hace, generalmente, va a peor.

Sí, hoy me levanto pesimista, que es lo que viene a ser un optimista informado. Es lo que tiene cuestionarte y cuestionarlo todo. No devorar nuestra opinión en la prensa. Plantearte siempre, como previa, que estás equivocado y después razonarlo, sentir las cadenas de Rosa Luxemburgo, y no cejar en romperlas. No creer en verdades absolutas  que nos llevan irremediablemente a la divinidad, ya sea de un Dios material (dinero), o uno espiritual. Pero es cansado. Ser responsables de nuestros actos es muy exigente, es más fácil delegar, que sean otros los que nos dirijan, que sean otros los responsables, que sean otros los otros.

Así se entiende que muchos hombres no se sientan interpelados como hombres cuando sus congéneres actúan como manada depredadora. Es más fácil pensar que son los demás. Tampoco son mejores quienes los lapidan desde el margen, creyéndose libres de pecado. Yo soy culpable, de ese y de otros crímenes. Porque en algún momento he sido manada, porque seguramente, aunque sin ser consciente, hoy mismo sea manada. Porque he callado. Porque no he hecho lo suficiente. Porque en mi nombre se viola, se asesina, se esclaviza, y aunque yo no lo haga directamente, lo permito. Porque aquella vez que oí una discusión, callé. Porque cuando vi a aquel grupo de “calvos” amedrentar en un metro, callé. Porque cuando el fascismo, el machismo, el racismo, el clasismo… etc. se hace fuerte en las instituciones, me conformo con una papeleta.

Puta vida, ésta que nos ha tocado vivir. Puta vida, la que queremos vivir. Puta vida, la que sobrevivimos. Puta vida, pensar que estás debajo de una bota y saber que bajo la tuya hay más vidas que desearían estar cómo tú

lunes, 13 de noviembre de 2017

Pudríos en la cárcel (y III)

PUDRÍOS EN LA CÁRCEL (y III)
Si en la primera y la segunda parte trataba de hacer una revisión de cómo funciona el Estado Penitenciario Español y cómo se retuerce el debate social sobre las prisiones, ayer mismo me enzarzaba en una discusión en redes sociales que fortalecía mi argumentación. A cuenta de una noticia en la que se denunciaba la reincidencia Valentín Tejero, asesino de Olga Salvador, una persona nada sospechosa de ser reaccionaria, colgaba la noticia en su muro de Facebook y dejaba una pregunta en el aire; ¿Son reinsertables?

Los comentarios mayoritarios respondían que no, y hablaban de que ese tipo de personas tenían que pudrirse en la cárcel, cuando no directamente se apelaba por la pena de muerte. Ni uno sólo de esos comentarios cuestionaba el modelo. Nadie se preguntaba si el problema es el propio sistema que no está programado para buscar esa reinserción. Tampoco se cuestionaba nadie un artículo cuyo objetivo claro es defender la Doctrina Parot, esa que tumbó Europa y que pretendía que se pudieran alargar las penas de forma discrecional a petición de la judicatura o la fiscalía. Doctrina que se basaba en los casos excepcionales para convertir en norma esa excepción. Ese es el claro ejemplo de este debate eternamente ignorado y constantemente adulterado.

Los delitos son en sí mismos los síntomas de una enfermedad social, pero a nadie interesa afrontar esa enfermedad. No se busca eliminar la marginalidad, la pobreza, como no se cuestiona un Sistema Patriarcal que genera monstruos, hijos perfectos del propio Sistema, igual que se detienen a los corruptos (pocos) pero casi nunca a los corruptores y mucho menos se trata de terminar con las causas de esa corrupción. Simplemente abrimos cárceles, aunque miles de años de evolución social hayan demostrado que la prisión no termina con los delitos, como tampoco terminó con los delitos la guillotina, los fusilamientos, los juicios sumarísimos… etc.

Las personas presas, sobre todo aquellas que son considerados presos sociales, no importan a nadie salvo a sus personas allegadas. A nadie preocupa que la atención sanitaria sea o no, digna, suficiente, y de calidad. A nadie importa si el trato que reciben es humano o no. El sadismo es tal, que todavía se atreven a pedir mayor dureza y se sienten insultados porque la cárcel de Estremera, o la de Araba/Álava permitan tener televisiones individuales, o piscinas que casi ningún preso utilizará jamás. No serían pocas las personas que aprobarían un regreso a los calabozos medievales, al pan y agua, a las ratas y humedades, a que no se puedan cumplir las condenas por fallecimiento del reo.

La cárcel es ese lugar oscuro en el que los condenados por incumplir la Ley, sufren a un Estado que incumple sistemáticamente las leyes que rigen la sociedad fuera de sus muros. Dentro, la esclavitud es institucionalizada con trabajos no remunerados para empresas que obtienen beneficios a cambio tan sólo de un supuesto beneficio penitenciario futuro. La compra de la libertad. Dentro, se viola todo derecho a la intimidad. Dentro no existe la dignidad, ni los derechos humanos. Dentro eres un número, una estadística, un negocio, un estorbo, una carga. Dentro no hay personas.


Que en pleno siglo XXI las alternativas al delito sigan siendo las mismas que en cinco o diez siglos antes de Cristo, no dice mucho de esta sociedad, o lo que dice es totalmente desagradable. En este punto es cuando dirán que las condiciones de las personas reas han mejorado ostensiblemente. ¡Menos mal! Aun así seguimos teniendo cientos de personas asesinadas en prisión. Miles de familias rotas. Jóvenes que por un error juvenil verán truncado todo su futuro sin opción de recomposición. Que plantear la eliminación de las prisiones siga viéndose como una utopía irrealizable, cuando no una locura, tampoco invita al optimismo, pero cualquier persona que crea en la justicia social, en otro modelo social debería tener en su agenda, subrayado, este objetivo. No sólo cuando nos afecta directamente, sin discriminaciones, sin graduaciones por delito, por dignidad y solidaridad. 

jueves, 9 de noviembre de 2017

Pudríos en la cárcel (II)

PUDRÍOS EN LA CÁRCEL (II)

Terminaba el anterior post explicando que la cárcel está hecha para los pobres y que, sin embargo, cuando intentamos debatir sobre el modelo punitivo de los estados los ejemplos que se utilizan no son representativos de esa realidad. Quien justifica el sistema penitenciario, las cárceles, entra al debate siempre con los casos que más alarma social provocan. Cuando alguien quiere justificar el endurecimiento de penas, o incluso, la pena capital, nos habla de asesinatos, nos habla de violaciones. Crímenes que sin duda nos revuelven a todas las entrañas, pero que suponen apenas el 5% de las condenas en ambos casos.



Este debate adulterado, junto a las políticas de shock contra el terrorismo,  ha permitido, gobierno a gobierno, ir endureciendo el código penal, siendo España uno de los pocos estados del mundo que tienen de facto cadena perpetua, al establecer el límite de condena efectiva en 40 años. Y esta es una de las claves por las que, más allá de que el modelo de reclusión en prisión debiera cuestionarse en su integridad, en el caso español la población reclusa no deja de aumentar, superando al inicio de la crisis del 2007 los 75000 reos. En España se imponen las penas más duras de toda la UE, y el cumplimiento de las mismas es también el más estricto. Así, mientras en los estados nórdicos se estudian fórmulas punitivas en regímenes abiertos o semi-abiertos, en el Reino se aboga por abrir macro centros de reclusión.


A lo anterior hay que añadir que en el Estado Español, las políticas activas de reinserción brillan por su ausencia, y se han visto mermadas aún más con la crisis económica desatada en 2007. El modelo español, a excepción de leves intentos reformistas, se caracteriza por ser un plagio del modelo yankee, donde el objetivo final de las prisiones es mantener a la persona rea alejada de la sociedad. Es un modelo basado en la venganza y el castigo. A tal delito, tal castigo, y punto. No existe para el modelo español el entorno socioeconómico de la persona detenida. Tampoco existe un análisis de causas y motivos. Castigo y venganza para satisfacer a la víctima, quien, por lógica, rara vez se sentirá satisfecha.


Esta perversa lógica es un monstruo que se retroalimenta a sí mismo. De modo que, lejos de solucionar los problemas sociales que generan, o son el caldo de cultivo del 85% de los delitos, se convierte en una carrera por endurecer las penas, compitiendo en un tétrico ranking de gravedad de los delitos. Si a una persona que roba en un supermercado para comer se le impone una pena de, digamos, seis meses, se exigirá una pena proporcional para quien robe millones, nadie se cuestiona que quizá la medida del encarcelamiento no solucione nada, queremos más condena para el que “más delinque”. No queda margen para la reparación, para las garantías de no repetición. La cárcel es cómo esa alfombra bajo la que barremos lo que no queremos ver, y la sociedad se ha convertido en el público del coliseo pidiendo más sangre sobre la arena, en lugar de reflexionar sobre por qué han de existir los sufrientes gladiadores. (Uno más y termino. Milesker)    

lunes, 6 de noviembre de 2017

Pudríos en la cárcel (I)

PUDRÍOS EN LA CÁRCEL (I)

Habría que imponer una especie de “mili” carcelaria por la que toda la ciudadanía pasase una temporada por presidio. Para que todos supiéramos y habláramos con un poco más de conocimiento de causa sobre las cárceles y dejáramos el cuñadismo sádico en un cajón. ¿Reduciría el número de delitos el saber que te espera realmente si te detienen? No, eliminaría las cárceles si nos percatamos de que en el Estado Penitenciario Español es tan probable que pises una cárcel como pasar por quirófano.



El Estado Penitenciario Español cuenta con una de las mayores tasas de reclusos del mundo, a pesar de estar en un 21º puesto en seguridad, según Global Peace Index. (Los USA se encuentran en el puesto 124 en ese mismo ranking) La razón hay que buscarla en el concepto vengativo de la cárcel en España. Es fácil de entender cuando uno ve que, mientras en España la pena media se sitúa en 18 meses, la media UE se sitúa en 7,1 meses. Así, en 2017 nos encontramos con unas tasas delictivas muy similares a las de finales de los 80 y sin embargo la población reclusa se ha duplicado.

Sirvan estos datos simplemente para situarnos, porque en realidad el problema, en mi opinión, es la propia cárcel. No conozco otro asunto de tanta gravedad social donde asumamos con tanta normalidad los discursos demagógicos. Un asunto en el que se utilicen tanto los sentimientos para justificar algo que requiere, precisamente, de todo lo contrario, de sensatez, de reflexión, de pausa. En el sistema penitenciario hemos asumido la legislación de lo excepcional como norma, y eso lleva a situaciones que serían absurdas si no estuviéramos hablando de vidas humanas que son pisoteadas, humilladas, asesinadas en nombre de la Justicia y la Seguridad.

Las cárceles no sirven. La retención en prisión no soluciona los problemas, los esconde. La prisión no reinserta, no reeduca, tampoco evita que se sigan cometiendo crímenes. La cárcel sólo busca apartar de la sociedad a quien el Estado considera criminales. Esto, además, en el Estado Español toma forma de aniquilación del individuo. Frente a la idea que nos pretenden trasladar que la cárcel es poco menos que un hotel lleno de lujos, basta la cifra de muertos en prisión, la más alta de Europa, con más de 150 fallecidos anuales.


La cárcel está hecha para los pobres, y son datos, no percepciones. Más del 70% de la población masculina reclusa y el 85,5% en el caso de las mujeres, están detenidos por delitos contra el patrimonio y el orden público y contra la salud. En la mayor parte de ellos relacionados directamente con la situación socio-económica de los reos. Algo que sería fácil de solucionar con medidas no punitivas de lucha contra la pobreza, la marginación y legalización y control del consumo de estupefacientes. Sin embargo, no son estos los casos que se sacan a colación cuando se habla de endurecer las penas. Ese debate sádico que cada cierto tiempo ponen sobre la mesa las corrientes más conservadoras y rancias.  (Continuará)