VIOLENCIA ERES TÚ
Vivo en un
Estado donde se ejerce la violencia sin medida, a diario. En ese mismo Estado
millones de personas, sin título alguno que les permita ser jueces, condenan y
exigen que se condene determinadas actuaciones violentas. Un Estado que viola
cuantos derechos se ponen en su mira. Un Estado podrido hasta la médula por
corruptos, chupópteros y gentes de mal vivir que nos dicen cómo hemos de vivir
nosotras, las que generamos la riqueza en la que nadan. Un Estado reducido a
una bandera. Una bandera que no es la mía y día a día la de nadie.
En el Estado
en el que vivo los derechos de la ciudadanía están escritos en un libro que
nadie lee, pero que, como con El Quijote, todos consideran una obra monumental
mientras rugen los estadios. Ese libro es sagrado, no se toca, salvo que lo
exija el Mercado desde su arbusto ígneo. Sus artículos son mandamientos que se
cumplen a rajatabla, salvo algunas cosas. Ni vivienda. Ni trabajo. Ni igualdad.
Ni libertad. Ni justicia. Todo queda empantanado bajo la palabra sacrosanta;
Unidad.
En este
Estado se rasgan las vestiduras con rapidez ante una pelea tabernaria. Y por
antecedentes uno se sorprende al ver que no sacaron su arma reglamentaria. Sí
lo hizo el ex de una nueva víctima que tropezó con sus balas. No sirvió la
denuncia previa, él tenía presunción de inocencia. Si lo hizo aquella
benemérita en una gasolinera. O aquel que por wathsapp se vanagloria de sus
viriles hazañas. “Y si estamos borrachos saco la pipa y se terminó la chorrada”.
Y qué decir de aquel que, harto de la discusión, recordó que bajo el sobaco
tenía un arma y decidió ganar la batalla del bar de su barriada. Todos ellos con
alma de charol y de plomo calaveras, pero nada en común, que malas hierbas hay
en todos lados.
No soporta
este Estado ataques a la libertad de expresión, al menos a la de un lado. Si
universitarios se manifiestan, condena que te crio, que vienen adoctrinados,
que se empieza denunciando y se termina rozando el centímetro con las manos. De
periódicos cerrados mejor no hablamos. Que
la disidencia es violencia y nosotros la condenamos.
Y así
pasamos la vida, por violentos asustados. Violentos que gobiernan para ricos y
para bancos. Que desahucian a familias. Que te explotan. Que roban. Y son
votados. Y te quieren en silencio, te quieren bien callado, asustado. En este
fabuloso Estado no es violencia pasar hambre. Dormir sin techo es pecado. Y tú,
pecador confeso; feo y vago. No es violencia destruir la sanidad o la educación.
No es violento un sistema que asesina a las mujeres, porque solo ellas mueren.
Y son lobos solitarios, no hijos adoctrinados del patriarcado. No es violencia
el paro, la inseguridad, que nos roben el presente, del futuro ya ni hablamos.
Vivo en un
Estado violento que amenaza a nuestros mayores con matarlos. Sí, no es ningún
engaño. Sin pensión, sin jubilación, y trabajando. Que vivimos demasiado. Los
pobres, quede claro, que los pudientes no molestan tanto. Nos dicen que no hay
dinero para pagar las pensiones, ni siquiera hasta fin de año. No nos dicen que
ellos lo han robado. Y sin vergüenza ni empacho, Blañez plañe; ¡Que trabajen! Y
no condenan la violencia de este Estado, porque la violencia del poder de legal
tiene marchamo. Fuera, a la intemperie quedamos el resto, quienes protestamos.
A nosotras, no hay empacho, a nosotras la condena, a nosotras la violencia del
Estado.