viernes, 17 de julio de 2015

Española sí, Ikurriña ez

ESPAÑOLA SI, IKURRIÑA EZ

            En fechas recientes tuve el infortunio de leer un artículo de opinión en un periódico del grupo Vocento, en el cual, Javier Tajadura Tejada, bajo el título Guerra de Banderas defendía que “...las banderas no siempre cumplen una función inclusiva...”. Tal afirmación la utilizaba para analizar el hecho de que el pasado 6 de julio la recién elegida corporación municipal del Ayuntamiento de Iruña colocase una ikurriña en el balcón junto a las enseñas europea, española, navarra y pamplonesa. Por supuesto de todas las banderas presentes en dicho balcón la única que a su parecer era excluyente era el pendón sabiniano.

            He de reconocer que no es nada nuevo que existan en el Estado voces que día tras día nos hablen de lo excluyente del nacionalismo, de todos los nacionalismos, salvo, claro está, del nacionalismo español del que no tenemos constancia de su existencia. Un español no es nacionalista, es patriota, (¿diferencias?) o al menos eso deberíamos deducir de las expresiones utilizadas por todos estos no-nacionalistas pero que mentan la patria a la menor oportunidad. Estos mismos señores, tan incluyentes ellos niegan la existencia de otras naciones (o patrias) en el seno de su roji-gualda, pero eso no es excluir, no señor, eso es algo más grande (¿y libre?), eso es absorber, diluir, anular, eliminar... y paro que me disperso, volvamos a la idea germinal de este post, eso de que no todas las banderas son incluyentes.

            Quienes me siguen y me conocen saben de sobra que no soy un enamorado de los pendones tal y cómo escribo en un post anterior, y quizás sea esa alergia la que me impulsa a dedicar cinco minutos de mi vida a dar una somera explicación de por qué dicha afirmación no tiene ni lógica ni sentido y el Sr. Profesor de Derecho Constitucional de la UPV vende una moto que no anda.

            No existe en el mundo, ni en las relaciones humanas un símbolo que refleje mejor la exclusión que una bandera. La bandera es excluyente por definición, sea esta roji-gualda, azul con estrellitas, contenga cruces, florecitas o una hoz y un martillo. Con ese fin se crean, para cubrir con su manto a quienes son “iguales” frente al resto, para designar y diferenciar el Nosotros del Ellos. Decir que la bandera española es incluyente es obviar que excluye de su seno a una pequeña parte de la población mundial, digamos que así a bote pronto a unas siete mil millones de almas, y eso lo saben mejor que nadie todas esas personas que mueren ahogadas en Mediterráneo o intentan saltar las vallas que rodean Ceuta y Melilla.
           
            Regresando al texto, el reputado profesor universitario asevera en varias ocasiones, utilizando como ejemplos la bandera confederada y la ikurriña frente a las de la Unión y la navarra, que mientras las segundas acogen en su seno a la totalidad de la población, las primeras solo son referentes para una minoría (a la cual aprovecha para descalificar en base a los tópicos más raídos que ha encontrado). En primer lugar hemos de darnos cuenta del error matemático de dicha afirmación. Si la bandera de la Unión y la de Navarra son asumidas por TODA la población, ¿cómo es posible que exista una minoría que defienda las otras banderas? Ah, claro, la respuesta es muy sencilla, porque si esas personas son minoría y no aceptan estar dentro del Nosotros automáticamente dejan de existir. Pero en segundo lugar, si el razonamiento para considerar que una bandera es inclusiva es el número de seguidores de la misma, entonces deberíamos asumir que, por ejemplo, la esvástica sobre fondo rojo fue un ejemplo de inclusión Alemana.

            Aunque claro, lo mejor de todo el artículo viene justo al final, el último párrafo que voy a transcribir casi en su totalidad porque es tal la estupidez y memez en él escrita que no me puedo resistir; “...Mientras no lo hagan (desaparecer), (las banderas) hay que procurar ponerlas al servicio de la convivencia e integración de las personas –función para la que teóricamente fueron concebidas- e impedir su utilización para crear conflictos y divisiones en la sociedad” ¿En serio? ¿Todo un profesor de la UPV puede permitirse decir tal sarta de tonterías? Realmente el sistema educativo está hecho unos zorros.


            Obviando la primera frase que no deja de ser expresar un anhelo o deseo, lo mejor llega en la frase enmarcada entre guiones. Mire señor Tajadura, las banderas fueron creadas principalmente para diferenciar las tropas propias de las ajenas en el campo de batalla, en el caso de España para diferenciar el blanco castellano del blanco inglés en las batallas navales. Esa era su función principal y para eso se crearon, no para la convivencia e integración de las personas, salvo que consideremos las guerras e invasiones formulas de integración, como con Nabarra, Aragón, o Granada, por ejemplo, y por esa misma lógica mucho me temo que su última frase no tenga como sustentarse, ¿cómo evitar que una bandera cree divisiones en la sociedad si su fin es diferenciar a los miembros de esa sociedad del resto? A no ser, claro está, que usted sea tan nacionalista que crea que bajo una bandera no puede existir la disidencia, pero claro, eso no será así porque en España no hay nacionalismo, solo patriotismo sano. ¡Anda y que les den!

lunes, 13 de julio de 2015

Revolucionarios de salón

REVOLUCIONARIOS DE SALÓN
(Colina 626) 
             Cuenta la leyenda que aquella era una guerra justa, si es que alguna vez existió justicia en la muerte del pueblo. Pero sí, dicen que era justa porque al menos, en aquella guerra, en uno de los bandos, el pueblo decidía sobre su sangre derramada. Quizá por ello la llamaron “La última guerra por la libertad”, y por el resultado quizá también fue la última derrota.

            Como toda leyenda que se precie, ésta también está plagada de gestas, de héroes, de mentiras y medias verdades que enmascaran la verdad y le dan su halo de epopeya. Pero al tiempo también sirve de enseñanza, y aprendizaje para quienes no la vivimos y sólo la revivimos en las batallitas de nuestros mayores, en la tradición oral, en las noches sin luz y televisión, si usted tiene la fortuna de vivir alguna noche así.

            De todas las historias que en mi vida he escuchado, aquella que enganchó mi moldeable imaginación infantil fue la toma de la Colina 626. A sus faldas llegaron cuatro batallones de curtidos dinamiteros del carbón, de ferroviarios, de metalurgicos, y sindicalistas varios, entre todos y todas sumaban 1000 almas, más de 7000 litros de sangre trabajadora. La colina era una mínima elevación del terreno en un terreno llano como la palma de mi mano, y desde aquella atalaya dos nidos de ametralladoras asesinas controlaban el único paso del Río que partía en dos aquella meseta, llana, seca y sin sombra tras la siega. No había en lo alto soldados suficientes para recoger y doblar la bandera de la Plaza Colón de Madrid, y no se esperaba que el asesino mandara refuerzos, de forma que los aguerridos guerreros se apostaron rodeando la Colina, y rápidamente levantaron campamento y amplia tienda central de mando dónde asambleariamente se reunieron los representantes de todas las secciones para dilucidar el plan de batalla.

            Abrieron la asamblea los representantes sindicales por ser el mayor número. Dieron lectura a un comunicado del alto mando en el que se conminaba a tomar la Colina a la mayor brevedad para afianzar el paso. Seguidamente, y tras hacer una lectura fiel de la situación concluían que un asalto frontal significaría la muerte de cientos de milicianos por la posición privilegiada de las ametralladoras y la falta de parapetos en el ascenso, por lo cual abogaban por el diálogo con los sitiados para lograr una rendición pacífica y sin victimas. -¡¿Dialogo?! ¡Jamás!- gritaron al unísono dinamiteros, ferroviarios y metalúrgicos. –La sangre derramada de tantos compañeros exige una respuesta. Debemos tomar la Colina por la fuerza y sin hacer prisioneros- Sin embargo poco tardaron en salir voces dubitativas. –Aunque quizás el ataque frontal no sea la mejor solución, habría que apostar por ataques coordinados desde diferentes puntos, y hacerlo en oleadas- lanzaron los ferroviarios, a lo que los metalúrgicos respondieron estar de acuerdo siempre que la primera oleada, que a todas luces sería la que menos probabilidades de éxito tendría, la compusieran quienes habían hecho la propuesta. En ese momento los ferroviarios, creyendo que los metalúrgicos estaban intentando diezmarlos para lograr un mayor poder a futuro, mostraron su indignación y se levantaron de la mesa antes de escuchar la expeditiva propuesta de los dinamiteros quienes, basando su estrategia en su experiencia en las minas, propusieron volar la colina provocando las risas de sus compañeros. Ofendidos los dinamiteros siguieron el mismo camino de los ferroviarios. Por su parte metalúrgicos y sindicalistas viendo diezmadas sus fuerzas con la ausencia de las dos secciones anteriores decidieron dar por finalizada la reunión y convocar una nueva asamblea para el día siguiente en la que intentarían limar asperezas. El sol empezaba a descender cuando la Gran Tienda quedaba vacía.

            La noche era larga y, como toda noche que se precie, oscura, y en ella los pensamientos fluyen y entre los batallones se abrieron debates, se calentaron bocas, se alzaron voces, y al alba todo había cambiado. Los sindicalistas habían optado por intentarlo y abandonaron la disciplina del grupo, ascendieron la Colina con la intención de negociar, pero nadie les volvió a ver bajar, aunque hay quien dice que terminada la Guerra a algunos de ellos se les pudo ver ocupando Ministerio, Cartera y vehículo negro. Los dinamiteros no habían estado parados tampoco y habían minado la base completa de la Colina y la hicieron estallar al tiempo que los primeros rayos de sol iluminaban las columnas de metalúrgicos que caían  desangrados por las explosiones intentando alcanzar infructuosamente una cima a la que jamás llegarían. Los ferroviarios, sintiéndose traicionados por sus otrora compañeros de batalla se atrincheraron en sus ideales y dispararon a todo quien se moviera, -¡Traición!- Gritaban mientras disparaban.

            Y así, dos años más tarde en todos los libros de texto podían leerse loas a los valientes guerreros de la Colina 626, capaces de defender una Colina sin gastar una bala. No fue necesario, ya que su fe hizo que Dios mismo bajase del Cielo y crease el caos en el enemigo. Por su parte, 70 años después, ferroviarios, metalúrgicos, dinamiteros y sindicalistas aún guardan recuerdo, odio y rencilla por aquel episodio y escriben tweets flamígeros para acabar con ese recuerdo, hablan de generar hegemonías, hablan de ser puros, y no olvidan, no olvidan que todos somos traidores potenciales. Y así, las Colinas siguen plácidas, relucientes en sus lugares.


            Para tanta pureza no tengo ya paciencia y el hartazgo es tal, que hoy es el día en el que me da tanta pereza leer críticas inteligentes, mordaces y sesudas sobre cómo la izquierda traiciona a diario sus ideales, y cómo unos y otras abandonan el barco a la menor incoherencia, escribiendo grandes Catilinarias desde el salón. Y mientras esto hacen, mientras dicen que la izquierda política no existe, que las urnas no sirven, no veo yo asambleas hablando de revolución, no veo planes para asaltar el poder, ni siquiera en la CNT, que, con voz baja menta la Huelga General, pero tampoco plantea nada más allá de la protesta. Yo también estoy de acuerdo, el cambio no llegará de las urnas, pero me niego a quedarme sentado, escribiendo, hablando y protestando. Con incoherencias y sin ellas prefiero hacer poco y mal, que nada perfecto, porque una cosa tengo claro, el enemigo está en la Colina, no es el compañero que está a mi lado.