martes, 25 de noviembre de 2014

La sangre caliente de mis manos


LA SANGRE CALIENTE DE MIS MANOS

            Dicen los medios que nadie podía esperar un comportamiento así, que era un tío normal, que incluso hay quien afirma que iba a Misa todos los domingos. Un buen trabajador, una buena persona afirman, pero de sus manos cae aún un hilo de sangre caliente, porque la sangre vende en prime-time.

            Una vez al año colocamos puntitos lilas en nuestras ventanas y dormimos con tapones de algodón en los oídos para no escuchar a los vecinos. Nos concentramos ante las instituciones y en la calle, porque las concentraciones limpian nuestra conciencia, y de nuestras manos cae aún un hilo de sangre caliente.

            Hoy hablamos de acabar con una “lacra” que siega la vida de centenares de madres, compañeras, amigas, y mañana cuestionamos los datos y equiparamos balanzas, y desestimamos realidades, porque “ellos” también son víctimas. Curiosa balanza desequilibrada, donde las excepciones son portada y el problema una nota a pie de página. Y de las manos de los editores cae aún un hilo de sangre caliente. Porque el hombre que muerde al perro bien merece un titular.

            Y mientras todo esto ocurre, miles de asesinos recorren nuestras calles, nuestros paseos, nuestros bares, impunes, mientras de sus manos cae aún un hilo de sangre caliente, y compran gafas de sol en invierno para sus amantes-esposas.

            La prevención no existe, y seguimos por la senda de la superioridad de Genero. Estereotipamos comportamientos androcentristas. Reproducimos la cultura del masculino singular. Escondidos en cifras, porcentajes, desigualdades, encasillamientos, y especializaciones. La sociedad es la culpable que yo no soy así, que la quiero, pero se empeña en llevar esas faldas tan cortas, y provocan, y me seducen, y me violan, y uno no es de piedra, y de mis manos cae aún un hilo de sangre caliente.

            Y cuando la amenaza deja de ser verbo, entonces victimizamos a la victima, la señalamos, la apartamos, le damos una nueva vida porque la suya la perdió por libre elección. Ellas son las culpables, culpables de si mismas y las protegemos como protegemos a los corderos de los lobos, entre alambradas, con perros guardianes. Las desarraigamos de la sociedad y las obligamos a renacer, mientras el asesino sigue yendo tranquilo de la casa al trabajo, paseo por el bar, y gritos de acera a acera. PUTA. Y lo vemos mientras de nuestras manos cae aún un hilo de sangre caliente.

            Y el lobo es conocido, sabemos donde vive, pero él no tiene seguimiento, ni es señalado, ni acusado, ni sufre desarraigo, ni pierde su pasado, y sino empuña un arma y olvida la orden de alejamiento, todo quedará para él en un mal trance que olvidará mientras busca una nueva oveja. Un separado más, un divorciado con rencor. Y la ruleta girará nuevamente mientras de sus manos cae aún un hilo de sangre caliente.

            ¡Ay de nosotros, sociedad enferma! 39 denuncias acumulaba el agresor, ¿Cómo íbamos a saber que se atrevería a saltarse una orden de alejamiento? Caerá la Justicia con todo su peso sobre él, pero ella está muerta, hoy lo lamentamos tras una pancarta, bajo la lluvia para mayor teatralidad, y de la pancarta, hoy también, cae aún un hilo de sangre caliente.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Cerillas y gasolina


CERILLAS Y GASOLINA

            Sin duda el título de hoy podría servir para nombrar alguna canción de reggeton, pero a ti, avispada lectora, o lector, no se te pasa que no van por ahí los derroteros de esta post. No, esta es la fábula de la cerilla y la gasolina, esa que tiene como protagonista a un inefable Alcalde de ciudad media y a su escudero, el Diputado General, secundario con ínfulas. Personajes singulares sin duda.

            Vividores de extraño pasado que tan pronto viajan con cien mil euros cual calderilla en el bolsillo, como firman contratos de arrendamiento de “a duro las cuatro pesetas” para el arrendador, suponemos que por devoción a San Antonio. De linaje derechoso, marca su blasón una gaviota, o albatros, sobrevolando campo azul. Linaje de rancio abolengo desde antiguos Ministros de Gobernación e inauguraciones de pantanos, donde la corrupción es un don y no una traición.

            Caballero y Escudero viéndose perdidos y derrotados por hordas de ciudadanos descontentos con su servil actuación frente a Madrid y su inacción de gobierno que ha situado Álava como líder en paro, y ha desatendido las necesidades de sus conciudadanos, al grito de “Voto a Bríos” decidieron iniciar una Cruzada contra los “de allí” alimentando las vísceras de los “de aquí”. Seres mitológicos ambos ya que uno o una es de donde vive, pues ahí está su sustento, y quién hoy enarbola la bandera de los “de aquí” mañana puede ser migrante en Alemania, Suiza o Ecuador.

            Sin embargo pareciera que les salió bien la jugada, y mesnadas de “miserables” abrazaron el credo de las Cruzadas dispuestos a descuartizar las almas de quienes aún son más “miserables” que ellos. Creyéndose todos a un tiempo Jean Valjean y Javert olvidaron a los grandes ladrones y atacaron en manada a los más débiles adversarios, a quienes no defienden corazas ni ejércitos. Y la Historia nos ha demostrado, a lo largo de miles de años, que cuando se entrega un arma, ésta, siempre busca la sangre.

            Nuestros protagonistas viéndose a lomos de briosos corceles, desempolvaron armaduras y siguieron regando el odio con gasolina, quizá unos votos más les permitieran salir del fango, volver a la contienda y quien sabe si retener el castillo y villa de Gasteiz. La gasolina es barata y encuentran en “El Correo” la refinería perfecta. Todo marcha viento en popa aunque la Oposición les acorrale, aunque los movimientos sociales les critiquen, Ellos caminan hacia el Oeste, “Mas madera” es su lema.

            Pero la gasolina es altamente inflamable, y el fuego, ya se sabe, no es fácil de controlar cuanto es desbocado. Basta una cerilla y estará todo preparado. Las chispas por la ciudad hace tiempo que se iniciaron, y el ambiente se caldea por momentos. Sin embargo, nuestros intrépidos protagonistas no cejan en su empeño, e interpelados por las primeras agresiones responden al unísono, ¡Nosotros no somos culpables! ¿Acaso repartimos las cerillas? Y se recuestan en sus tronos a tocar la Lira para observar como arde Roma y sortear culpabilidades entre los cristianos.