NO ME JODAS, AMARNA
MILLER
Mi primera
discusión sobre sexo la tuve a una edad muy temprana, sobre los 5 o 6 años. Era
domingo, un domingo cualquiera. Mi madre había preparado lo que nosotras, en
casa, llamábamos paella y que yo voy a llamar arroz para evitar herir
sensibilidades. Cuando nos sentamos a la mesa yo me enfadé porque entre los
granos amarillos del arroz sobresalían unas pequeñas e infames bolitas verdes. -
¡Guisantes! – Clamé. –No me gustan- A lo que mi madre,
envuelta en su bata de cocina respondió- Pero
si no los has probado, ¿Cómo puedes decir que no te gustan?- Mas, cómo yo
insistía en que aquella legumbre no me gustaba, y amenazaba con una pataleta
histórica, mi madre decidió que no merecía la pena discutir con su hijo. –Pues si
no te gustan los guisantes, los apartas- Y fin de la discusión. Mis padres y mi
hermana siguieron degustando el arroz al completo mientras yo perdía el tiempo
separando las bolitas verdes.
¿Qué dices?
¿Qué eso no fue una discusión sobre sexualidad, erotismo y/o placer? Puede,
pero os aseguro que últimamente, cada vez que veo un debate en el que sale el
tema de la sexualidad de las personas revivo este pasaje de mi vida. Y es que,
no conozco otro tema en el que se viertan tal cantidad de opiniones “autorizadas”
desde el desconocimiento.
No, ya sé que no es algo nuevo.
Cuando el sexo era algo tabú, (si es que ha dejado de serlo) restringido moral,
religiosa y legalmente al matrimonio “cómo Dios manda”. Cuando cualquier
práctica fuera del “misionero” era considerada poco menos que una aberración,
desviación, perversión y patología. El clero era quien marcaba las sanas
directrices. “Creced y multiplicaos”. Tú, mujer, subyúgate al placer de tu
esposo. Siempre atenta, siempre dispuesta y no goces. Clero, que en el caso
católico, no cata, o no debería catar placer erógeno, y que sin embargo se
creía y se cree con el derecho a darnos lecciones sobre qué está bien y qué no.
Pero los tiempos están cambiando, que
decía el viejo trovador de Minnesota. Ahora, sobre el papel, se han
despatologizado muchas de las prácticas sexuales ejercidas. Se presupone que,
salvando al conservadurismo, el tabú que siempre ha rodeado al sexo se está
diluyendo. (Permitan que muestre mi escepticismo) Y esto hace que se abran
debates sumamente interesantes en nuestra sociedad, muchos de ellos gracias a
la labor de un feminismo siempre activo y reflexivo. Se habla de prostitución
desde otros parámetros, de porno, de sexos, de vida. Y yo aprendo, escucho y
hablo poco, o al menos lo intento. Sin embargo, hay algo sobre lo que no hemos
avanzado y que me empuja a escribir este post. Seguimos hablando de lo que
desconocemos, y cómo un niño de 6 años, decimos que no nos gusta sin haberlo
probado.
Contemplo con estupefacción como,
cuando un debate alrededor del sexo se encona, todas las partes se permiten
hablar del BDSM (Bondage, Dominación-Sumisión, Masoquismo) Es más, se lanzan
raudos y raudas, veloces a utilizar el BDSM como argumento cuando la mayoría no
lo han probado y muestran un desconocimiento total del tema. Y me recuerdan a
esos curillas hablándonos de las obligaciones maritales, y lo sucio y
pecaminoso del sexo por placer. Utilizan argumentos, datos que no se atreverían
a utilizar con otros temas.
Recientemente he visionado un debate
en el que en la mesa había cuatro mujeres y un hombre. Dato irrelevante sin
duda, e incluso agradable porque no me quiero imaginar ese mismo debate con
cinco machos alfa sobre la mesa. Se debatía, entre otras cosas, sobre el porno,
y lo que de patriarcal tiene el mismo, y cómo no podía ser de otra forma, a los
cinco minutos toda la mesa estaba hablando de las prácticas BDSM. Por sus
comentarios no era difícil percatarse que ninguna de las personas allí
presentes eran practicantes, para muchas toda la información que tenían de
estas prácticas provenían directamente del “porno comercial” sobre el que se
estaban posicionando. Y ahí está la clave. Que tanto quienes defendían dicha
pornografía, como quienes la criticaban utilizaban los lugares comunes de ese “porno
comercial” pensado para satisfacer un consumo heterosexual y
masculino/machista, repleto de tópicos, latex y fustas.
De todos modos, no es mi intención
defender una u otra práctica sexual y mucho menos opinar sobre la pornografía. Allá
cada cual, yo puedo decir que soy aprendiz, y quiero aprender. Solo pido dos
cosas, si van a utilizar el BDSM como arma arrojadiza infórmense, vayan, por
ejemplo, a un local como el 5 Roses de Barna y contemplen, hablen con las personas
allí reunidas. Sorpréndanse de que es más fácil ver sumisos que sumisas. Y la
segunda petición es más simple, si no les gustan los guisantes apártenlos del
plato, pero no nos obliguen a cocinar el arroz sin ellos.
Sin embargo, como viene siendo
habitual, la nota de cordura la puso la intervención telefónica de Irantzu
Varela. ¡Cuánto aprendo, y cuánto que agradecer a ésta mujer! Por fin alguien
habló de las tres claves básicas, DESEO, PLACER Y CONSENSO. Sano, seguro y
consensuado. Así de simple. Y por cierto y para terminar, hoy tengo la sana
intención de darme un atracón de guisantes con jamón, porque no sé en qué momento
los probé, y me gustaron. ¡Qué cosas!
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