jueves, 6 de octubre de 2016

No me jodas, Amarna Miller

NO ME JODAS, AMARNA MILLER

            Mi primera discusión sobre sexo la tuve a una edad muy temprana, sobre los 5 o 6 años. Era domingo, un domingo cualquiera. Mi madre había preparado lo que nosotras, en casa, llamábamos paella y que yo voy a llamar arroz para evitar herir sensibilidades. Cuando nos sentamos a la mesa yo me enfadé porque entre los granos amarillos del arroz sobresalían unas pequeñas e infames bolitas verdes. - ¡Guisantes! – Clamé. –No me gustan- A lo que mi madre, envuelta en su bata de cocina respondió- Pero si no los has probado, ¿Cómo puedes decir que no te gustan?- Mas, cómo yo insistía en que aquella legumbre no me gustaba, y amenazaba con una pataleta histórica, mi madre decidió que no merecía la pena discutir con su hijo. –Pues si no te gustan los guisantes, los apartas- Y fin de la discusión. Mis padres y mi hermana siguieron degustando el arroz al completo mientras yo perdía el tiempo separando las bolitas verdes.
            ¿Qué dices? ¿Qué eso no fue una discusión sobre sexualidad, erotismo y/o placer? Puede, pero os aseguro que últimamente, cada vez que veo un debate en el que sale el tema de la sexualidad de las personas revivo este pasaje de mi vida. Y es que, no conozco otro tema en el que se viertan tal cantidad de opiniones “autorizadas” desde el desconocimiento.
No, ya sé que no es algo nuevo. Cuando el sexo era algo tabú, (si es que ha dejado de serlo) restringido moral, religiosa y legalmente al matrimonio “cómo Dios manda”. Cuando cualquier práctica fuera del “misionero” era considerada poco menos que una aberración, desviación, perversión y patología. El clero era quien marcaba las sanas directrices. “Creced y multiplicaos”. Tú, mujer, subyúgate al placer de tu esposo. Siempre atenta, siempre dispuesta y no goces. Clero, que en el caso católico, no cata, o no debería catar placer erógeno, y que sin embargo se creía y se cree con el derecho a darnos lecciones sobre qué está bien y qué no.
Pero los tiempos están cambiando, que decía el viejo trovador de Minnesota. Ahora, sobre el papel, se han despatologizado muchas de las prácticas sexuales ejercidas. Se presupone que, salvando al conservadurismo, el tabú que siempre ha rodeado al sexo se está diluyendo. (Permitan que muestre mi escepticismo) Y esto hace que se abran debates sumamente interesantes en nuestra sociedad, muchos de ellos gracias a la labor de un feminismo siempre activo y reflexivo. Se habla de prostitución desde otros parámetros, de porno, de sexos, de vida. Y yo aprendo, escucho y hablo poco, o al menos lo intento. Sin embargo, hay algo sobre lo que no hemos avanzado y que me empuja a escribir este post. Seguimos hablando de lo que desconocemos, y cómo un niño de 6 años, decimos que no nos gusta sin haberlo probado.
Contemplo con estupefacción como, cuando un debate alrededor del sexo se encona, todas las partes se permiten hablar del BDSM (Bondage, Dominación-Sumisión, Masoquismo) Es más, se lanzan raudos y raudas, veloces a utilizar el BDSM como argumento cuando la mayoría no lo han probado y muestran un desconocimiento total del tema. Y me recuerdan a esos curillas hablándonos de las obligaciones maritales, y lo sucio y pecaminoso del sexo por placer. Utilizan argumentos, datos que no se atreverían a utilizar con otros temas.
Recientemente he visionado un debate en el que en la mesa había cuatro mujeres y un hombre. Dato irrelevante sin duda, e incluso agradable porque no me quiero imaginar ese mismo debate con cinco machos alfa sobre la mesa. Se debatía, entre otras cosas, sobre el porno, y lo que de patriarcal tiene el mismo, y cómo no podía ser de otra forma, a los cinco minutos toda la mesa estaba hablando de las prácticas BDSM. Por sus comentarios no era difícil percatarse que ninguna de las personas allí presentes eran practicantes, para muchas toda la información que tenían de estas prácticas provenían directamente del “porno comercial” sobre el que se estaban posicionando. Y ahí está la clave. Que tanto quienes defendían dicha pornografía, como quienes la criticaban utilizaban los lugares comunes de ese “porno comercial” pensado para satisfacer un consumo heterosexual y masculino/machista, repleto de tópicos, latex y fustas.
De todos modos, no es mi intención defender una u otra práctica sexual y mucho menos opinar sobre la pornografía. Allá cada cual, yo puedo decir que soy aprendiz, y quiero aprender. Solo pido dos cosas, si van a utilizar el BDSM como arma arrojadiza infórmense, vayan, por ejemplo, a un local como el 5 Roses de Barna y contemplen, hablen con las personas allí reunidas. Sorpréndanse de que es más fácil ver sumisos que sumisas. Y la segunda petición es más simple, si no les gustan los guisantes apártenlos del plato, pero no nos obliguen a cocinar el arroz sin ellos.

Sin embargo, como viene siendo habitual, la nota de cordura la puso la intervención telefónica de Irantzu Varela. ¡Cuánto aprendo, y cuánto que agradecer a ésta mujer! Por fin alguien habló de las tres claves básicas, DESEO, PLACER Y CONSENSO. Sano, seguro y consensuado. Así de simple. Y por cierto y para terminar, hoy tengo la sana intención de darme un atracón de guisantes con jamón, porque no sé en qué momento los probé, y me gustaron. ¡Qué cosas!

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