lunes, 26 de febrero de 2018

Morir en el trabajo

MORIR EN EL TRABAJO
Decía Montesquieu que cuando la muerte ha igualado las fortunas, las pompas fúnebres no deberían diferenciarlas. Sin embargo todas somos conscientes de que la igualdad de los muertos no es tal; panteones, estatuas y libros de texto nos demuestran que la desigualdad se mantiene eterna. Existen los muertos anónimos, la mayoría, y los muertos perennes, esos que nadie olvida. En esta segunda categoría predominan quienes en vida hicieron fama y fortuna con la espada, el poder, y la tiranía, aunque existen siempre honrosas excepciones populares, de gentes rebeldes que el clamor popular ha hecho imposible borrar las huellas dejadas.

La muerte es ineludible, pero tampoco todas las personas llegamos de la misma manera. Hay a quien le llega por el simple desgaste de la vida, hay quien la busca, quien gusta de vivir al borde del precipicio, y hay a quien le llega prematura por obligación. Es de estas últimas de las que quiero hablar, de aquellos y aquellas que son obligadas a jugarse la vida a diario para poder vivir. Jugarse la vida para vivir, el concepto. Y dentro de este grupo, hoy hablaremos de los que para comer tienen que trabajar, y en el trabajo pierden la vida.

Más de 600 muertos anuales en el trabajo en el Estado, cifras que llegaban a casi el millar antes de que estallase la crisis/estafa que nos golpea. Más de 60 en Hego Euskal Herria, con un índice de siniestralidad más alto que la media del Reino. Personas que abandonaron sus domicilios para cumplir con la rutina laboral y que jamás regresaron. Personas que no ocuparan más que un breve en la prensa local, y que al día siguiente serán olvidadas. Muertes sobre las que lo normal es que no se busquen responsables, y jamás se depurarán responsabilidades. No son nadie.

Pero no ocurre así siempre. Hay personas que fallecen en sus puestos de trabajo y son elevados a la categoría de héroes, aunque su heroicidad sea de dudosa catalogación. También puede ser dudosa su categorización como trabajadores, pero ese es otro debate. Hablo de ese piloto de caza que muere al estrellarse el avión que pilotaba. El soldado profesional que muere en el frente de algún país invadido. O el policía al que le da un infarto en su puesto de trabajo. Sí, son accidentes laborales, aunque en el caso del infarto y en cualquier otro sector te tendrás que pelear vía tribunales el reconocimiento, y en este caso, sin embargo, homenajes, medallas y minutos de silencio.

No, no se mal interprete. Lamento el fallecimiento de ese trabajador, pero el mismo día que el ertzaina moría, un camionero también lo hacía a escasos 45 km, por las mismas causas. Sin embargo, en este segundo caso nadie criminalizará a las condiciones laborales, nadie ha realizado minutos de silencio, nadie.


600 muertos anuales. 600. Eso supone que de cada 8000 personas trabajadoras, 2,4 personas morirán este año. ¿Por qué cada 8000? Porque 8000 es la plantilla de la Ertzaintza. No, no se trata de cuotas, nadie, NADIE debería morir en su puesto de trabajo. NADIE debería morir por ganarse la vida. Y desde luego, no debería haber muertos de primera y de regional preferente. Si una muerte nos enerva y hemos de buscar responsables, y queremos depurar responsabilidades, quizá debiéramos exigirlas para todas las muertes, quizá deberíamos ver a más empresarios pagar por sus negligencias. 

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