lunes, 13 de noviembre de 2017

Pudríos en la cárcel (y III)

PUDRÍOS EN LA CÁRCEL (y III)
Si en la primera y la segunda parte trataba de hacer una revisión de cómo funciona el Estado Penitenciario Español y cómo se retuerce el debate social sobre las prisiones, ayer mismo me enzarzaba en una discusión en redes sociales que fortalecía mi argumentación. A cuenta de una noticia en la que se denunciaba la reincidencia Valentín Tejero, asesino de Olga Salvador, una persona nada sospechosa de ser reaccionaria, colgaba la noticia en su muro de Facebook y dejaba una pregunta en el aire; ¿Son reinsertables?

Los comentarios mayoritarios respondían que no, y hablaban de que ese tipo de personas tenían que pudrirse en la cárcel, cuando no directamente se apelaba por la pena de muerte. Ni uno sólo de esos comentarios cuestionaba el modelo. Nadie se preguntaba si el problema es el propio sistema que no está programado para buscar esa reinserción. Tampoco se cuestionaba nadie un artículo cuyo objetivo claro es defender la Doctrina Parot, esa que tumbó Europa y que pretendía que se pudieran alargar las penas de forma discrecional a petición de la judicatura o la fiscalía. Doctrina que se basaba en los casos excepcionales para convertir en norma esa excepción. Ese es el claro ejemplo de este debate eternamente ignorado y constantemente adulterado.

Los delitos son en sí mismos los síntomas de una enfermedad social, pero a nadie interesa afrontar esa enfermedad. No se busca eliminar la marginalidad, la pobreza, como no se cuestiona un Sistema Patriarcal que genera monstruos, hijos perfectos del propio Sistema, igual que se detienen a los corruptos (pocos) pero casi nunca a los corruptores y mucho menos se trata de terminar con las causas de esa corrupción. Simplemente abrimos cárceles, aunque miles de años de evolución social hayan demostrado que la prisión no termina con los delitos, como tampoco terminó con los delitos la guillotina, los fusilamientos, los juicios sumarísimos… etc.

Las personas presas, sobre todo aquellas que son considerados presos sociales, no importan a nadie salvo a sus personas allegadas. A nadie preocupa que la atención sanitaria sea o no, digna, suficiente, y de calidad. A nadie importa si el trato que reciben es humano o no. El sadismo es tal, que todavía se atreven a pedir mayor dureza y se sienten insultados porque la cárcel de Estremera, o la de Araba/Álava permitan tener televisiones individuales, o piscinas que casi ningún preso utilizará jamás. No serían pocas las personas que aprobarían un regreso a los calabozos medievales, al pan y agua, a las ratas y humedades, a que no se puedan cumplir las condenas por fallecimiento del reo.

La cárcel es ese lugar oscuro en el que los condenados por incumplir la Ley, sufren a un Estado que incumple sistemáticamente las leyes que rigen la sociedad fuera de sus muros. Dentro, la esclavitud es institucionalizada con trabajos no remunerados para empresas que obtienen beneficios a cambio tan sólo de un supuesto beneficio penitenciario futuro. La compra de la libertad. Dentro, se viola todo derecho a la intimidad. Dentro no existe la dignidad, ni los derechos humanos. Dentro eres un número, una estadística, un negocio, un estorbo, una carga. Dentro no hay personas.


Que en pleno siglo XXI las alternativas al delito sigan siendo las mismas que en cinco o diez siglos antes de Cristo, no dice mucho de esta sociedad, o lo que dice es totalmente desagradable. En este punto es cuando dirán que las condiciones de las personas reas han mejorado ostensiblemente. ¡Menos mal! Aun así seguimos teniendo cientos de personas asesinadas en prisión. Miles de familias rotas. Jóvenes que por un error juvenil verán truncado todo su futuro sin opción de recomposición. Que plantear la eliminación de las prisiones siga viéndose como una utopía irrealizable, cuando no una locura, tampoco invita al optimismo, pero cualquier persona que crea en la justicia social, en otro modelo social debería tener en su agenda, subrayado, este objetivo. No sólo cuando nos afecta directamente, sin discriminaciones, sin graduaciones por delito, por dignidad y solidaridad. 

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