jueves, 9 de noviembre de 2017

Pudríos en la cárcel (II)

PUDRÍOS EN LA CÁRCEL (II)

Terminaba el anterior post explicando que la cárcel está hecha para los pobres y que, sin embargo, cuando intentamos debatir sobre el modelo punitivo de los estados los ejemplos que se utilizan no son representativos de esa realidad. Quien justifica el sistema penitenciario, las cárceles, entra al debate siempre con los casos que más alarma social provocan. Cuando alguien quiere justificar el endurecimiento de penas, o incluso, la pena capital, nos habla de asesinatos, nos habla de violaciones. Crímenes que sin duda nos revuelven a todas las entrañas, pero que suponen apenas el 5% de las condenas en ambos casos.



Este debate adulterado, junto a las políticas de shock contra el terrorismo,  ha permitido, gobierno a gobierno, ir endureciendo el código penal, siendo España uno de los pocos estados del mundo que tienen de facto cadena perpetua, al establecer el límite de condena efectiva en 40 años. Y esta es una de las claves por las que, más allá de que el modelo de reclusión en prisión debiera cuestionarse en su integridad, en el caso español la población reclusa no deja de aumentar, superando al inicio de la crisis del 2007 los 75000 reos. En España se imponen las penas más duras de toda la UE, y el cumplimiento de las mismas es también el más estricto. Así, mientras en los estados nórdicos se estudian fórmulas punitivas en regímenes abiertos o semi-abiertos, en el Reino se aboga por abrir macro centros de reclusión.


A lo anterior hay que añadir que en el Estado Español, las políticas activas de reinserción brillan por su ausencia, y se han visto mermadas aún más con la crisis económica desatada en 2007. El modelo español, a excepción de leves intentos reformistas, se caracteriza por ser un plagio del modelo yankee, donde el objetivo final de las prisiones es mantener a la persona rea alejada de la sociedad. Es un modelo basado en la venganza y el castigo. A tal delito, tal castigo, y punto. No existe para el modelo español el entorno socioeconómico de la persona detenida. Tampoco existe un análisis de causas y motivos. Castigo y venganza para satisfacer a la víctima, quien, por lógica, rara vez se sentirá satisfecha.


Esta perversa lógica es un monstruo que se retroalimenta a sí mismo. De modo que, lejos de solucionar los problemas sociales que generan, o son el caldo de cultivo del 85% de los delitos, se convierte en una carrera por endurecer las penas, compitiendo en un tétrico ranking de gravedad de los delitos. Si a una persona que roba en un supermercado para comer se le impone una pena de, digamos, seis meses, se exigirá una pena proporcional para quien robe millones, nadie se cuestiona que quizá la medida del encarcelamiento no solucione nada, queremos más condena para el que “más delinque”. No queda margen para la reparación, para las garantías de no repetición. La cárcel es cómo esa alfombra bajo la que barremos lo que no queremos ver, y la sociedad se ha convertido en el público del coliseo pidiendo más sangre sobre la arena, en lugar de reflexionar sobre por qué han de existir los sufrientes gladiadores. (Uno más y termino. Milesker)    

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