jueves, 14 de diciembre de 2017

pisando charcos

PISANDO CHARCOS
Llueve. Algunos respiran, otros lo sufren, mi hijo lo disfruta con sus botas de goma. Salta, chapotea, ríe. En casa tocará cambiarle de ropa y meterle entero a la lavadora, pero ¿Cómo negarle ese placer primitivo, puro, sincero? Y me pregunto cuándo empezamos a asumir lo negativo de pisar charcos. ¿Cuándo llegamos a la conclusión de que es más importante el pantalón limpio que la sonrisa en la cara? No tengo la respuesta. Tampoco tengo la respuesta para miles de otras preguntas. Soy bastante estúpido y sigo disfrutando de salpicar en los charcos, aunque a veces no sepa salir de ellos, y quizá, éste en el que me voy a meter me hunda y me ahogue, pero lo haré con una sonrisa, si no de felicidad, sí de plenitud. Porque estoy orgulloso de mi pasado que me ha permitido llegar hasta aquí y ser quien soy. Y si me equivoqué, estoy seguro que gracias esos errores yo soy yo y no lo que otros y otras quisieran.

La cuestión es que hace unos días me encontré con una antigua amiga a la que hacía más de un lustro que no veía. La descubrí maravillosa, con su sonrisa perenne, con sus abrazos sinceros. Todo va bien. Tenemos tanto que agradecernos. Aprendimos, nos aprehendimos, y lo hicimos todo mal, fuera de lo convencional. –Me cambiaste- espeta. –No más que tú a mí- replico.

Nos conocimos en soledad. Ambos buscábamos diversión, y encontramos cariño, que no amor. Yo deseaba sentirme a sus pies, ella halló a su Diosa interior. Yo era feliz en su placer, ella gozó sin remordimientos, ni culpas, ni pudor. No había latex ni fustas, aunque sí correas, reglas, rotuladores e imaginación. Morbo a raudales, ella Diosa, yo servil. Y se terminó. La vida da muchas vueltas. Las cuerdas eran para la cama, y no para vivir, y yo quería lo que ella no quiso, y el resto fue historia. Páginas maravillosas escritas entre sudor, pasión, risas, y también buena amistad. Yo continué con mi vida. Ella siguió en su Ribera y yo en mi Gasteiz.

-Me enseñaste todo un mundo que desconocía, y de tener un perrito ahora tengo una jauría- Ese acento, esa sonrisa, no existe mejor definición de la alegría. La abracé, todavía no era la despedida. -¿Un café?- Casto, amigable, divertido, lleno de recuerdos sin añoranzas. –Ahora cobro, ¿Sabes? Descubrí que por lo que me gusta hay quién está dispuesto a pagar. Tengo a mis pies sus cuerpos y sus carteras. Yo elijo, yo dispongo.- Mis ojos delatan mi sorpresa, no juzgo, me río. -¿Me invitas al café?- Dentro de otro lustro quizás la invite yo.


Nos despedimos, ha empezado a llover. Por el camino me encuentro un cartel, “Shibari, el arte del bondage” organiza un grupo feminista. Otras las critican. Yo recuerdo el tejido de arroz rodeando mi cuerpo. Eran cuerdas blancas, quizás pensamientos negros. En la red me dicen “Hola putero” y no olvido tiempos peores o distintos, y los parkings, y las áreas de descanso de carretera, alguna cabina de camión. Pero son más de cuarenta años, y sólo es mi vida. Son muchos días para pisar charcos, y quizá sea cierto que tenía que haber mantenido impolutos mis pantalones blancos. Ya lo decía al principio, soy estúpido, no comprendo. Tampoco entendía al cura cuando me decía que la moralidad es la base de una sociedad sana. De igual forma no desisto de pisar los charcos y embarrarme, dejo a otros y otras el pedestal de impoluto mármol níveo. Que me desollen con su razón, yo seguiré viviendo con mi pasión.


Quizá esté equivocado, errado. Desde luego no soy capaz de juzgarlo, lo que me extraña es que quien no ha bebido vino sepa tanto sobre su sabor.

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