DIOS Y LA RESPONSABILIDAD SOCIAL CORPORATIVA
Tiene el
título dos partes, a cada cual más grandilocuente, y yo, para variar, empezaré por
la segunda por aquello de desconcertarte, o simplemente porque hoy me apetece
hacerlo así.
La
responsabilidad social corporativa es una definición muchísimo más larga en su
título que en su contenido, vacío en la mayor parte de las veces, pero sobre
todo es una definición hipócrita en tanto pretende aunar responsabilidad y
corporativa en un mismo concepto. No conozco, en mi deambular mundano,
corporación alguna que haya asumido responsabilidad en alguna ocasión, salvo
que hayan pasado algunas décadas, y tal asunción le permita lavar su imagen y
vender más, como Bayer y su relación con el III Reich.
La cuestión
es de todo menos nueva. La historia está plagada de ejemplos de cómo las “corporaciones”,
la “burguesía”, la “clase alta”, ponle el nombre que más te agrade, asume los
éxitos y socializa los fracasos, o directamente carga la responsabilidad en un
tercero para, cual Pilatos, poder lavarse las manos con tranquilidad. Es fácil
conocer una construcción por el nombre del arquitecto, sin embargo, no lo
olvides, el culpable del accidente de Angrois fue el maquinista del tren. La
banca hispana era la más rentable del planeta, y todos conocíamos el nombre de
sus grandes próceres pero cuando se descubrió el agujero, ninguno de ellos fue
responsable y fuimos los demás quienes, de forma voluntariamente obligada, la rescatamos con nuestros impuestos. Autopistas,
Prestige, Proyecto Castor, Museo de las Ciencias de Calatrava en Valencia… y la
lista sería eterna.
Sin embargo,
aquí entra la primera parte del título, todo lo anterior no es más que la
traslación de una cultura generada alrededor de una mentalidad judeocristiana.
Decía Voltaire que “si Dios no existe
habría que inventarlo” y no le faltaba razón al ingenioso francés, y es que
en este caso no cabe la paradoja del huevo y la gallina. Es el hombre el que
crea a Dios a su imagen y semejanza, y modifica su imagen en función de la
necesidad del momento. Y así es fácil darse cuenta de que las Corporaciones no
hacen sino imitar a Dios, sus acciones no se alejan del dogma, al contrario,
encajan como mano de doncella en guante de seda. Porque cualquier buen creyente
sabe que ante una enfermedad grave, la oración y la plegaria conseguirán que el
enfermo se cure, pero si muere, no olvidará nunca culpar al médico, a la
cirujana, o al Sistema Sanitario en su conjunto. De ese modo será muy difícil
encontrar el nombre de los 600 trabajadores que pusieron en pie el Puente de
Brooklyn, omnipresente en la cinematografía yankee, ni el de los 27 que
perdieron sus vidas en la construcción, pero bastará un par de clics para descubrir
que su diseñador fue John Augustus Roebling. Y no lo olviden, para terminar,
las grandes batallas se vencieron con el apoyo de Dios y se perdieron por la
falta de pericia militar o incapacidad de los combatientes.
Sea como
fuere, Dios y las corporaciones jamás serán responsables de sus actos, porque
sencillamente, ni el uno, ni las otras, ensucian sus manos con la sangre, el
cemento o la acción, eso lo hacemos otros, quienes nunca veremos los beneficios
pero que en muchos casos, en demasiados, dejaremos todo cuanto tenemos, la vida
incluso, en sus Obras, y de ellas seremos responsables últimas. Y así, entre
Dios y la Corporación, escriben la historia con la sangre de los nadie.
¿Alguien sabe quién
construyó las pirámides de Egipto?
¿Acaso fueron los
faraones los que arrastraron las piedras?
Y los enladrilladores
de la gran muralla china
¿A dónde fueron aquella
tarde en que se terminó?
Cuentan que boabdil
lloró cuando entregó granada.
¿Pensáis acaso que esa
noche solo él lloró?
Y colón ¿viajó sin
cocinero al nuevo mundo?
¿Quién apretó todos los
tornillos de la torre Eiffel?
Una victoria en cada
página, pero ¿sobre quién?
Una revolución en cada
siglo, y ¿con quién?
Mil avances de la
ciencia, pero ¿para quién?
Una historia escrita
con sangre, la sangre ¿de quién?
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