viernes, 22 de julio de 2016

Pesca con dinamita

PESCA CON DINAMITA

            A finales de los 50 Franco desecó “a Lagoa de Antela” a cuyos márgenes, ya imaginarios, creé gran parte de mis recuerdos de infancia. Las heridas surcadas en la tierra con forma de canales, anhelo humano desde la presencia romana en Galaecia, tuvo tres efectos principales; el primero fue acabar con las leyendas que la habitaban, y así, la historia de la antigua Antioquia asolada por adorar al Gallo y cubierta por las aguas, y de la que podía verse el campanario cuando las aguas bajaban en verano, dejó de tener sentido al descubrirse que, aquello que imaginaba mi bisabuela como la cúspide de la espadaña, no era sino un menhir que ahora dormita junto a una pista parcelaria reconvertida en carretera. El segundo fue sin duda el objeto de tal obra de ingeniería que pondría fin a una de las lagunas más extensas de la Península Ibérica, lograr recuperar para el cultivo centenares de Hectáreas altamente productivas por la acumulación de sedimentos desde el Terciario, en una región montañosa y sembrada de piedras de las que no se comen. Y el tercero, seguramente puesto en duda por los mismos que dudan de que el Fracking contamine el agua, o la Tierra se esté recalentando, es una sequía perenne que está agotando los acuíferos de todo el valle, así, en apenas 30 años mis recuerdos de infante recorriendo caminos anegados en pleno agosto, con fuentes que manaban del suelo cada 500 metros, hoy son sólo eso, recuerdos.
            La desecación cambió el paisaje, y creó campos extensos de cereal y patata donde antes no había sino agua. Y llegaron las cooperativas agrícolas. Y la economía de la zona pasó de ser economía de miseria, que condenó a buena parte de sus gentes a emigrar, a ser economía de subsistencia. No eran buenas tierras las colindantes a la Lagoa y el minifundio galego no ayudaba. Siempre recordaré con cariño el “terruño”, que cubría una sábana, de mi abuela, con su castaño cuyo fruto caía en terrenos ajenos pues no había tierra propia rodeando sus raíces.  Economía de subsistencia que se vio nuevamente truncada en los 80, cuando las cuotas lácteas de UE obligaron a los paisanos a matar sus vacas, las que tiraban del arado y movían los carros, y también la reconversión industrial, la modernidad que acababa con las “canteras de andar por casa”, esas que se limitaban a explotar “os penedos”, grandes rocas graníticas en superficie y de las que se nutrían las viviendas desde tiempo de los romanos, sin horadar la montaña y hacer cicatrices en su corteza. Canteras pequeñas, sin ínfulas, que eran el segundo ingreso de los paisanos que serían “reconvertidos” en bomberos auxiliares cuando los incendios se convirtieron en patrimonio del verano en la Galiza moderna. Canteras pequeñas, diseminadas, que diseminaban a su vez la dinamita, de manera que no era difícil conocer quien guardara una caja de explosivos en su cuadra, bajo el dormitorio. Así recuerdo yo mi primer contacto con la Benemérita, cuando muertas las vacas la cuadra era un sinsentido y mi padre convirtió la de mi abuela en un txoko típico de la tierra que lo adoptó, y al retirar los “toxos” que hacían de lecho para el ganado descubrió varias cajas repletas de TNT inservibles tras décadas de letargo bajo el cuerpo de un astado y llamó al cuartelillo para que las retiraran.
            De aquella época también es mi recuerdo de la “pesca con dinamita”, esas matinales domingueras en las que varios parroquianos quedaban de madrugada, antes del alba, y vestidos de camuflaje bajaban hasta el río Limia con uno pocos cartuchos de los “olvidados”. Detonaban sus cargas en superficie y en segundos decenas de peces yacían panza arriba sobre el caudal. Raudos, recogían sus trofeos y abandonaban la zona, almuerzo y regreso a comer lo “pescado”.

            Y hoy me sorprendo con estos recuerdos, y todo por leer esta noticia;En Florida, un seísmo de 3´7º es provocado por una explosión de armamento experimental de la Armada Yankee, y me imagino los millones de habitantes marinos que terminarían panza arriba tras la misma. Y entonces recapitulo y pienso cuánta capacidad tenemos los seres humanos para terminar con nosotros mismos. Y tiemblo, y me refugio en mis recuerdos. Y no quiero ni pensar qué experimentaban, ni quiero imaginar cual es el poder devastador de esa bomba experimentada, ni quiero… sólo me gustaría volver “a Lagoa”, saltar de piedra en piedra mientras correteo por caminos embarrados, esquivando las bostas del ganado, y llegar cansado y somnoliento para descansar hasta que el sonido chirriante de las ruedas de los carros me despertaran. 

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