NO VUELVO A BEBER
(NI A VIAJAR A GUASINTÓN)
Siempre, al
terminar un nuevo post, me juro y perjuro que no escribiré el siguiente, en el
convencimiento de que cada vez que escribo me acerco un poco más al abismo de
la soledad del crítico. Lo hago convencido, tan convencido como cualquier día
de resaca que, tumbado en el sofá, con
la cabeza a punto de estallar, recuerdo entre lagunas etílicas los bochornosos
momentos de la noche anterior y me digo que nunca volveré a beber.
Así, entre
juramentos, reflexiono y pienso que mi vida es una suerte de bandazos y
promesas de no repetición que se repiten una y otra vez. Llego a la conclusión
de que sí, que Rosa Luxemburgo tenía razón; “El
que no se mueve no siente sus cadenas” pero me pregunto si no será más
feliz en su quietud. Sin decepciones, sin fracasos, porque aceptar ser parte
del rebaño parece que mantiene felices a los borregos, al menos hasta que
llegue la reunión de pastores. Porque la militancia es cansada. Porque me duele
la cabeza esta mañana y el muro sigue ahí, de pie, firme, retándome, sin
haberse movido un milímetro de sus cimientos. Porque lo peor es que los lemas
del muro ya los conozco, y no los ha escrito “el enemigo”, y me siento soldado
bajo fuego amigo. Que parecemos a veces daños colaterales. Y me juro que hoy
sólo leeré el Marca. Y aquí estoy, escribiendo un nuevo post.
“La mujer del César no sólo debe ser decente
sino parecerlo” pero está claro que la decencia también va por barrios e
interpretaciones. Lo que hoy no tragarías mañana te lo servirán en cubiertos
dorados. Y así, sin darte cuenta, o comprendiéndolo, que suele ser norma, giras
o te giran, y tu cabeza vuelve a golpear el muro. –Lo dejo, vuelvo a leer el
Marca- y “la vida es eso que pasa mientras hacemos planes” para cambiarla.
Entonces te mueves, buscas una nueva ubicación, y parece que estás cómodo, que
avanzas, que todo va en la dirección indicada, que, aunque con pequeñas desavenencias,
el objetivo se acerca, y vuelves a ser un yonqui, y viajas, vuelas, sueñas, y
despiertas y vuelves al punto de partida.
Pero sigues
en pie. Y hoy me levanto dispuesto a emular a Neruda y escribir una Oda contra
el Imperio, incluso pongo en Spotify la Marcha Imperial de Star Wars para
inspirarme, y descubro con horror que viajamos a Guasintón. Que hay que tener
amigos en el infierno. Y todo es normal pero me pierdo. Y vuelvo a mirar el
muro. Parece más alto que ayer. Miro el suelo buscando mis pies y no los veo.
No me duele nada, y caigo en la cuenta de que estoy arrodillado, y siento que
mi pelo blanquea, pero no son canas, es como si se estuviese convirtiendo en
lana. Y de repente aquí estoy de nuevo, terminando de escribir este post,
jurándome que será el último, y mañana volveré a prometerme que no volveré a
beber, y que yo nunca viajaré a Guasintón.
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