HABLANDO CLARO, ¡NOS ROBAN!
Como cada primavera nos hemos puesto
manos a la obra para hacer nuestra propuesta de reforma fiscal. Frente a
planteamientos electoralistas que nos hablan de bajar impuestos sin una
reflexión en su conjunto, y que en realidad siempre termina siendo una subida
encubierta de los impuestos más regresivos como el IVA, que suponen una recarga
impositiva a las clases populares y con menores ingresos. Nosotras abogamos por
la necesidad de redistribuir la riqueza y eso requiere, entre otras cosas,
recuperar el peso del Impuesto sobre beneficios a las empresas, y aumentar el
peso recaudatorio sobre las grandes fortunas.
No es mi intención dar una chapa
filosófica sobre fiscalidad, pero si algún día somos capaces de que la
ciudadanía sea consciente de que toda política y todo desarrollo social pasa
por hablar de fiscalidad (al menos mientras mantengamos un modelo social basado
en la existencia de estados) ese día podremos decir que la sociedad está
preparada de verdad para hablar de gobernarse a si misma. Ese día, y sólo ese,
podremos plantearnos un verdadero proceso participativo a la hora de hacer los
presupuestos de las instituciones. Porque no se trata tan sólo de decidir en
qué nos gastamos los cuartos, que también, sino que todas tenemos que decidir
de dónde sacamos esos cuartos.
Es conversación típica de taberna
decir que a todos nos duele pagar impuestos, pero eso cambiaría en buena manera
si entre todas decidiéramos cómo, cuánto y de dónde han de salir los impuestos,
y después también pudiéramos decidir a qué lo vamos a dedicar. Y es que aquí
vale esa frase que nos repetían nuestras madres cuando nos daban “la paga” el
sábado y el domingo ya no teníamos nada. “Cuando
sepas lo que cuesta ganarlo no lo gastarás con esa alegría”.
El caso es que, aunque en la teoría
somos muchas las que coincidimos en cómo debería dibujarse un modelo impositivo
realmente progresivo, redistributivo y social, a la hora de implementarlo,
además de la resistencia que encontramos por parte de las fuerzas y clases
conservadoras, nos hallamos y topamos con obstáculos de todo tipo. Amenazas
veladas o no, de deslocalizaciones y descapitalizaciones por parte de las
grandes fortunas y los poderosos, y los paraísos fiscales nacen como setas en
otoño.
Son estos paraísos fiscales el mejor
ejemplo del robo continuado al que somos sometidos. Robo doble, primero por la
descapitalización que supone trasladar las plusvalías arrancadas a la clase
trabajadora a otro Estado, y después porque también nos roban cuando esa
acumulación de riqueza ni siquiera revierte vía impositiva en el conjunto de la
sociedad que la ha producido.
Se nos dice entonces que todos
estamos muy preocupados por la existencia de los paraísos fiscales, que hay que
terminar con su existencia, y que para ello es imprescindible crear una
legislación global que lo regule. En realidad es un discurso falso y mentiroso
que busca dos objetivos principales, primero dar una falsa sensación de que
realmente se quiere acabar con esta práctica de latrocinio pero que la
dificultad técnica es tal que resultará prácticamente imposible (Habría que
poner de acuerdo a todos los países, incluidos aquellos que dependen
precisamente de la existencia de esos paraísos fiscales) y por otra parte,
hacernos entender que cuánta mayor sea la presión fiscal en nuestros
territorios más fuerza daremos a esos paraísos y que por tanto, el camino es ir
hacia una armonización fiscal a nivel planetario rebajando por tanto la presión
fiscal a nivel mundial, pero ojo, sólo a las clases burguesas y capitalistas.
Yo, sin embargo, soy de la opinión de
que para solucionar un problema no se puede atacar los síntomas sino que hay
que ir a la raíz. (Definición de radical) Por tanto, para mí, la solución no
está en atacar los paraísos fiscales, sino en perseguir a la persona que
acumula el capital. Soy de la creencia de que el único camino para acabar con
la existencia de esos paraísos fiscales hay que ser mucho más expeditivos en
nuestras políticas. Creo que el único camino es que toda aquella persona que se
demuestre que mantiene más de un diez por ciento de su fortuna fuera de las
fronteras de la Unión Europea le sean expropiadas todas sus propiedades y todo
su capital en suelo europeo, y él mismo sea expulsado, desterrado. Aun así,
seguramente habrá un reducido número de grandes capitalistas que preferirán
abandonarlo todo, familia, amigos y raíces e irse a vivir a uno de esos
paraísos junto a su fortuna, seguro, pero serán los menos, porque no nos
engañemos, una cosa es defraudar, robar y mandar el dinero a las Bahamas y otra
muy distinta vivir allí, lejos de los círculos de poder.
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