EL “CHOCHERO” DE MIS
BRAGAS
Supongo que el título de este post te
habrá desconcertado un poco, o quizás no, quien sabe, sin embargo estás leyéndolo
y por tanto, se supone que tienes interés en saber cómo termina este desvarío, así
que empezaré por el principio que es por donde empiezan todas las historias que
merecen ser contadas.
Tengo la suerte de conocer a una de
esas personas indispensables, luchadoras y dispuestas siempre a presentar
batalla, y además compartir con ella militancia política. Una de las pocas
personas a las que admiro de verdad, lo que viene a ser un referente a pesar de
que no ocupe, de momento, ningún cargo relevante en ésta nuestra sociedad. Nos
conocemos desde hace bastante tiempo, y desde el primer día hemos sido de
mantener discusiones eternas, altisonantes y enconadas, pero todas ellas, o la
gran mayoría, han terminado con una sonrisa y un continuará. Generalmente
compartimos los diagnósticos de situación, e incluso las metas y objetivos finales,
sin embargo discrepamos, y mucho, sobre el tránsito entre la salida y el fin.
Podríamos decir que somos como dos cualesquiera fuerzas de izquierda
aglutinadora disgregada, coincidimos en todas las luchas, detrás de todas las
pancartas, pero no confluiremos por los matices que nos separan. Enemigos
íntimos.
El caso es que ayer volvíamos a discutir por
enésima vez, (quizás hayan pasado algunos días más, pero desde que soy padre
comprendo mejor a Einstein) y discutíamos a raíz de una iniciativa
parlamentaria en Gasteiz para protocolizar el apoyo a niños y niñas
transexuales en las aulas. No transcribiré aquí toda la discusión, por no
aburrir más de lo imprescindible, pero digamos que la cuestión principal era
por qué debemos etiquetarlo todo. Es tal el gusto que mostramos por ese
etiquetado, y por la concreción que queremos poner en el mismo que, finalmente,
siempre nos dejamos a algo o a alguien fuera, aunque la etiqueta que hagamos
tenga más tela que la tanga que nos pusimos por la mañana.
Estoy convencido, o cada vez me
convenzo más, de que padecemos algo así como una anormalfobia. Todo lo que no
podemos comprender, lo que se escapa de nuestro espacio vital lo catalogamos
como potencialmente peligroso y fuera de la normalidad imperante. Por suerte,
avanzamos, no gracias a las mentes retrógradas, conservadoras o meapilas, pero
algo vamos avanzando, y vamos asumiendo que la sociedad es amplia y diversa,
tan diversa como personas sobreviven en este barco a la deriva llamado Tierra.
Pero con la diversidad nos ocurre como con el infinito, términos inabarcables
que son imposibles de interpretar para nuestros limitados cerebros, y entonces
optamos por, una vez reconocida una diversidad, etiquetarla y atraerla a
nuestra normalidad. Hablamos entonces de igualdad, cuando en realidad lo que
perseguimos es asimilar y uniformar.
Todo esto salió en nuestra discusión,
porque ahora parece que empezamos a asumir que existen niños con vulva y niñas
con pene, lo cual está muy bien pero a mí me sigue llevando al mismo conflicto,
legalizamos una nueva etiqueta, la acercamos a nuestra normalización, asumimos
esa realidad y la incluimos en nuestro mundo pero, ¿Qué ocurre con quienes a aun
así no pueden ser etiquetados? Pues que los mandamos al limbo de la anormalidad,
una anormalidad extrema porque en el pensamiento colectivo anida la idea de que
cuanto más ensanchamos nuestra normatividad dando cabida a mayor diversidad,
quien se mantiene fuera de la norma tiene que ser raro/a de coj…
Y entonces, como siempre, llega mi
desbarre definitivo, ¿tengo que tener una razón para vestir como me apetezca
hacerlo? ¿Tengo que dar explicaciones de algún tipo si me apetece ponerme un
día de calor una minifalda, o si quiero lucir pantorrilla en tacones? ¿Tengo
que asumir alguna etiqueta previa? ¿Tengo que ser homosexual, o transexual o
sentirme incómodo con mi masculinidad, o qué hace falta? Me resulta tan absurdo
como catalogar la ropa en función del sexo o el género, sobre todo si tenemos
en cuenta que toda la ropa, tanto la catalogada como masculina como la femenina
están diseñadas para los hombres. La masculina pensando en la comodidad del
hombre, la femenina pensando en las fantasías masculinas (en su gran mayoría) Y
así, una con dos dedos de frente, puede comprender por qué el chochero de mis
bragas no cumple la función para la que fue colocado.
Muy recomendable leer; A los fabricantes de bragas
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