EL DERECHO AL
REBUZNO
No existe, en castellano cervantino, otro animal con mayor
número de nombres que lo definan que el asno; asno, borrico, rucio, jumento,
pollino… y aún más son las acepciones y sinónimos de este mamífero cuando lo
utilizamos para definir a ciertas personas; torpe, necio, ignorante, inculto,
rudo, adoquín, tonto, imbécil, idiota, zote, zopenco, zoquete… Sea quizás que
el asno no se revuelve y no puede sentirse insultado, porque sin duda pecamos
de ofensa al comparar al animal con esas personas. Pero es tal la impronta del
pollino que incluso un pueblo peninsular lo utiliza como insignia, aunque se me
ocurran otros que lo llevarían a mayor deshonra del jumento.
Tienen por costumbre los rucios rebuznar cuando no toca, pero
cualquiera que haya conocido a uno sabrá de lo improbable que será convencerle
de que no lo haga, exista o no depredador a la vista. De la misma forma, los
incontinentes verbales, los necios, y sobre todo, los que carecen de razón
certera, abren la boca más de lo deseable. Pero no es éste, fundamento válido para
prohibir el uso de la palabra, aunque deseemos, a veces, vivir en un vagón del
silencio.
Viene todo esto a cuenta del autobús naranja de marras, sí,
el de Hazte Oír, y la polvareda que ha levantado. Nos guste o no, en estos
momentos los diseñadores de la campaña se están frotando las manos porque hasta
un sinsustancia como yo les dedico un post. Objetivo conseguido. Pero además de
la victoria buscada, colateralmente han logrado otra aún más importante,
mostrarse cómo víctimas de la intransigencia de los otros ante su parroquia. Se agarran a la libertad
de expresión aunque nadie les ha pedido cárcel, quizás por tener un autobús y
no una cuenta de Twitter. Y en mi modesta opinión, hemos vuelto a salir
derrotadas.
El autobús es una respuesta a la campaña de Chrysallis que
buscaba abrir el debate social sobre una realidad oculta. Una realidad que se
ha tratado de enmascarar, de cubrir históricamente. Hasta ayer, la
transexualidad era considerada una patología y se bombardeaba a la sociedad con
esa “verdad”. Han sido décadas de luchas, de discusiones, de discursos, los que
han logrado que se avance en el reconocimiento de la diversidad, pero no nos
podemos engañar, falta mucho para que ese reconocimiento arraigue realmente en
la sociedad. Hace falta profundizar en el debate, hacérselo llegar a todas las
personas. La propia asociación Chrysallis así lo afirmaba con su acertada campaña,
y Hazte Oír ha recogido el guante. Desde el extremo más reaccionario, desde las
posiciones más retrógradas, y por eso mismo no deberíamos temerles, porque la
razón es nuestra. ¿Quieren discutir? Pues discutamos. Poseemos los argumentos.
Venceremos. Pero tratar de evitar que rebuznen es una tarea imposible.
El autobús naranja no es una novedad, no han inventado nada.
Ayer cuando vi las primeras imágenes no pude evitar sonreír, me acordé de otra
campaña con autobuses en la City londinense de hace unos años. En aquel momento
una asociación ultracatólica había colocado una campaña en los autobuses que
decía “Cuando venga el Hijo del hombre ¿Encontrará fe sobre la tierra? (Lucas
18:8)” y se dirigía a una página web con contenidos religiosos en los que
explícitamente se amenazaba a otros ciudadanos por sus convicciones personales.
Ante esa campaña se respondió desde colectivo ateos con otra similar en la que
se decía “Probablemente no hay Dios, deja de preocuparte y disfruta la vida”
Cada uno podrá hacer su propia valoración, pero aquellos autobuses ateos
pusieron en el centro del debate la necesidad de estados laicos, ¿Hubiera
ocurrido lo mismo si los ateos ingleses se hubieran limitado a exigir la
retirada de la campaña ultracatólica?
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