¿ESPAÑA? DEPENDE
Juro que, cuando era pequeño, alguien se acercó a mí y me
dijo que mi libertad terminaba donde empezaba la de los demás. Desde entonces
me he topado con un problema que va “in
crescendo” y es que la libertad de los demás se está ampliando tanto que uno
ya no puede ni respirar sin coartarla. A lo anterior hay que añadir que, de un
tiempo a esta parte, una enfermedad degenerativa de proporciones bíblicas está
convirtiendo nuestra piel en papel de fumar, y ya, hasta las palabras nos
producen profundas cicatrices. Así está el percal. No me imagino ser humorista,
aunque quizás sea simplemente porque me falta humor.
En otra clase de sabiduría extemporánea, otra persona a la
que guardo gran cariño me explicó que no debía guardarme de las críticas y las
puyas, sino hacerlas mías y entenderlas, porque la mayoría guardan en su
interior una revelación que bien digerida nos hará mejores. Toda crítica, burla
y chanza se basa en una realidad, y si no buscamos y reconocemos ese error
nunca acabaremos con la guasa. Hoy se ha demostrado absurda la lección, siempre
hay fórmula para librarnos del sarcasmo y la ironía, incluidos los tribunales
de excepción.
De este modo avanzamos hacia una sociedad en blanco y negro
emitida en riguroso directo por HD y sonido Dolby envolvente. Ofensores y
ofendidos en carrera desigual, donde el elefante se queja del dolor que le
produce en la planta de su pata la hormiga a la que aplasta. Y desde luego, la
culpa, si la hubiere, siempre será del otro, quien por maldad me ataca.
Así que españoles varios se quejan del humor cuestionable de
un programa en un idioma que no entienden. Y gritan que les insultan porque
alguien les ha llamado catetos, y no, no lo son, no la mayoría. Pero no me
nieguen que tener un Presidente del Gobierno que dice que “Esto no es como el agua que cae del cielo y nadie sabe exactamente por
qué” o una exministra de cultura y adalid de las dobles filas en los
carril-bici que cuando le preguntaron
sobre el Nobel a Saramago se reconoció admiradora de la brillante ESCRITORA portuguesa, ayuda a reforzar
esa idea. Y les votan 8 millones, no lo olviden. 8 millones que defienden que
un Ministro del Interior condecore vírgenes, en un dechado de modernidad sin
precedentes. 8 millones de españoles que mantienen a quienes dicen que Franco
fue socialista, o que el franquismo fue una época de extraordinaria placidez.
Yo por mi parte sigo declarando que no creo que los
españoles, no la mayoría al menos, sean catetos, meapilas, fachas, o chonis,
colectivo este último que tiene mi admiración por ser el único que no parece
haberse sentido ofendido. Pero sí creo que hay una diferencia en el peso de los
catetos, meapilas y fachas en la sociedad allende el Ebro y sobre todo en la
cultura mesetaria peninsular. Eso sí, yo cuento con la ventaja de la
experiencia genética. La suerte de que mis ancestros sean galaico portugueses.
Ese gran orgullo de saber que ante una pregunta incómoda como ¿Qué piensa usted
de los españoles? Siempre podré
responder con un sonoro “DEPENDE”.
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