PUDRÍOS EN LA CÁRCEL
(y III)
Si en la primera
y la segunda
parte trataba de hacer una revisión de cómo funciona el Estado Penitenciario
Español y cómo se retuerce el debate social sobre las prisiones, ayer mismo me
enzarzaba en una discusión en redes sociales que fortalecía mi argumentación. A
cuenta de una noticia en la que se denunciaba la reincidencia Valentín
Tejero, asesino de Olga Salvador, una persona nada sospechosa de ser
reaccionaria, colgaba la noticia en su muro de Facebook y dejaba una pregunta
en el aire; ¿Son reinsertables?
Los comentarios mayoritarios respondían que no, y hablaban de
que ese tipo de personas tenían que pudrirse en la cárcel, cuando no directamente
se apelaba por la pena de muerte. Ni uno sólo de esos comentarios cuestionaba
el modelo. Nadie se preguntaba si el problema es el propio sistema que no está
programado para buscar esa reinserción. Tampoco se cuestionaba nadie un
artículo cuyo objetivo claro es defender la Doctrina Parot, esa que tumbó
Europa y que pretendía que se pudieran alargar las penas de forma discrecional
a petición de la judicatura o la fiscalía. Doctrina que se basaba en los casos
excepcionales para convertir en norma esa excepción. Ese es el claro ejemplo de
este debate eternamente ignorado y constantemente adulterado.
Los delitos son en sí mismos los síntomas de una enfermedad
social, pero a nadie interesa afrontar esa enfermedad. No se busca eliminar la
marginalidad, la pobreza, como no se cuestiona un Sistema Patriarcal que genera
monstruos, hijos perfectos del propio Sistema, igual que se detienen a los
corruptos (pocos) pero casi nunca a los corruptores y mucho menos se trata de
terminar con las causas de esa corrupción. Simplemente abrimos cárceles, aunque
miles de años de evolución social hayan demostrado que la prisión no termina
con los delitos, como tampoco terminó con los delitos la guillotina, los
fusilamientos, los juicios sumarísimos… etc.
Las personas presas, sobre todo aquellas que son considerados
presos sociales, no importan a nadie salvo a sus personas allegadas. A nadie
preocupa que la atención sanitaria sea o no, digna, suficiente, y de calidad. A
nadie importa si el trato que reciben es humano o no. El sadismo es tal, que
todavía se atreven a pedir mayor dureza y se sienten insultados porque la
cárcel de Estremera, o la de Araba/Álava permitan tener televisiones
individuales, o piscinas que casi ningún preso utilizará jamás. No serían pocas
las personas que aprobarían un regreso a los calabozos medievales, al pan y
agua, a las ratas y humedades, a que no se puedan cumplir las condenas por
fallecimiento del reo.
La cárcel es ese lugar oscuro en el que los condenados por
incumplir la Ley, sufren a un Estado que incumple sistemáticamente las leyes
que rigen la sociedad fuera de sus muros. Dentro, la esclavitud es
institucionalizada con trabajos no remunerados para empresas que obtienen
beneficios a cambio tan sólo de un supuesto beneficio penitenciario futuro. La
compra de la libertad. Dentro, se viola todo derecho a la intimidad. Dentro no
existe la dignidad, ni los derechos humanos. Dentro eres un número, una
estadística, un negocio, un estorbo, una carga. Dentro no hay personas.
Que en pleno siglo XXI las alternativas al delito sigan
siendo las mismas que en cinco o diez siglos antes de Cristo, no dice mucho de
esta sociedad, o lo que dice es totalmente desagradable. En este punto es
cuando dirán que las condiciones de las personas reas han mejorado ostensiblemente.
¡Menos mal! Aun así seguimos teniendo cientos de personas asesinadas en
prisión. Miles de familias rotas. Jóvenes que por un error juvenil verán
truncado todo su futuro sin opción de recomposición. Que plantear la
eliminación de las prisiones siga viéndose como una utopía irrealizable, cuando
no una locura, tampoco invita al optimismo, pero cualquier persona que crea en
la justicia social, en otro modelo social debería tener en su agenda,
subrayado, este objetivo. No sólo cuando nos afecta directamente, sin
discriminaciones, sin graduaciones por delito, por dignidad y solidaridad.
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