PUDRÍOS EN LA CÁRCEL
(I)
Habría que imponer una especie de “mili” carcelaria por la que toda la ciudadanía pasase una temporada por presidio. Para que todos supiéramos y habláramos con un poco más de conocimiento de causa sobre las cárceles y dejáramos el cuñadismo sádico en un cajón. ¿Reduciría el número de delitos el saber que te espera realmente si te detienen? No, eliminaría las cárceles si nos percatamos de que en el Estado Penitenciario Español es tan probable que pises una cárcel como pasar por quirófano.
El Estado Penitenciario Español cuenta con una de las mayores
tasas de reclusos del mundo, a pesar de estar en un 21º puesto en seguridad,
según Global Peace Index. (Los USA se encuentran en el puesto 124 en ese mismo
ranking) La razón hay que buscarla en el concepto vengativo de la cárcel en
España. Es fácil de entender cuando uno ve que, mientras en España la pena
media se sitúa en 18 meses, la media UE se sitúa en 7,1 meses. Así, en 2017 nos
encontramos con unas tasas delictivas muy similares a las de finales de los 80
y sin embargo la población reclusa se ha duplicado.
Sirvan estos datos simplemente para situarnos, porque en
realidad el problema, en mi opinión, es la propia cárcel. No conozco otro
asunto de tanta gravedad social donde asumamos con tanta normalidad los
discursos demagógicos. Un asunto en el que se utilicen tanto los sentimientos
para justificar algo que requiere, precisamente, de todo lo contrario, de
sensatez, de reflexión, de pausa. En el sistema penitenciario hemos asumido la
legislación de lo excepcional como norma, y eso lleva a situaciones que serían
absurdas si no estuviéramos hablando de vidas humanas que son pisoteadas,
humilladas, asesinadas en nombre de la Justicia y la Seguridad.
Las cárceles no sirven. La retención en prisión no soluciona
los problemas, los esconde. La prisión no reinserta, no reeduca, tampoco evita
que se sigan cometiendo crímenes. La cárcel sólo busca apartar de la sociedad a
quien el Estado considera criminales. Esto, además, en el Estado Español toma
forma de aniquilación del individuo. Frente a la idea que nos pretenden
trasladar que la cárcel es poco menos que un hotel lleno de lujos, basta la
cifra de muertos
en prisión, la más alta de Europa, con más de 150 fallecidos anuales.
La cárcel está hecha para los pobres, y son datos, no
percepciones. Más del 70% de la población masculina reclusa y el 85,5% en el
caso de las mujeres, están detenidos por delitos contra el patrimonio y el
orden público y contra la salud. En la mayor parte de ellos relacionados
directamente con la situación socio-económica de los reos. Algo que sería fácil
de solucionar con medidas no punitivas de lucha contra la pobreza, la
marginación y legalización y control del consumo de estupefacientes. Sin
embargo, no son estos los casos que se sacan a colación cuando se habla de
endurecer las penas. Ese debate sádico que cada cierto tiempo ponen sobre la
mesa las corrientes más conservadoras y rancias. (Continuará)
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