LA PARADOJA DE “EL
MUNDO”
Soy anarquista, pero no como quien es de Sevilla o rubio, lo
soy por convencimiento y reflexión. De hecho no lo supe hasta que cayeron en
mis manos libros como “La conquista del
pan” o “Dios y el Estado”. Los
leía y mientras lo hacía veía mis pensamientos reflejados. No era un reflejo
fiel, como el de un espejo de cristal perfectamente pulido, sino más bien, como
mirarse en la superficie de un lago transparente y calmo, reconocible pero distorsionado.
Soy capaz de enumerar las incoherencias, los imposibles a mi entender, de
Bakunin y Kropotkin, aunque de este último siga sin saber pronunciar su
apellido, para mayor escándalo de ortodoxos. Durruti tampoco era perfecto. Pero
quizá por ello tampoco sería yo quien llevara una tea ardiendo pidiendo el
ajusticiamiento en plaza pública de García Oliver o Federica Montseny por
entrar en el Gobierno de Estado.
Somos diversas, cada persona difiere de la de al lado, y
pretender juzgar al otro en nuestro marco nos lleva a olvidar nuestro propio
contexto descontextualizado. (Porque un anarquista, si lo es, siempre está descontextualizado
en este mundo burgués) La pureza no existe salvo en la mente de los enajenados
y tal vez, en alguna marmita de un laboratorio. La lucha exacerbada contra la
incoherencia nos lleva al dogmatismo que es la antesala del peor de los
fascismos.
Todas, por desgracia, hemos sufrido la mofa y la crítica más
destructiva de quien se ve más virginal y puro. Anarquistas, feministas, mis
amigos marxistas, hasta los liberales no se libran de la inquisición, es como
si fuera Ley de Vida, pero no lo es. Sin embargo, lo que no puedo permitir es
que sea mi enemigo quien quiera demostrarme que estoy equivocado. Para liberar
su presión y hacerme voltear hacia el otro lado. Para poder seguir en su sillón
viendo como nos despedazamos.
Firma Manuel Aguilera en El Mundo un texto titulado “Anarquistas independentistas”. “La paradoja del anarquismo” lo
subtitula en redes el propio periódico. Y en su propio artículo desvela “El
Mundo” su propia paradoja, la que le hace ensalzar la “pureza” ideológica de su
contumaz enemigo para desprestigiar a quienes optan/mos, han optado u optarán
por combatirles al lado del pueblo catalán. Porque sí, porque algunas no
olvidamos que si ha existido y existe un pensamiento perseguido con saña (no el
único, por supuesto) ese es el anarquismo. Y sabemos de sobra que una loa del
enemigo siempre es un dardo envenenado.
El artículo rezuma paternalismo a raudales para explicar/nos
lo que un buen anarquista no debería hacer. Básicamente, para decir/nos que un
buen anarquista no puede estar al lado de un movimiento independentista. Nos
recuerda que debemos luchar contra el Estado, contra cualquier Estado, aunque omita
que si lo hacemos ellos son los primeros en encarcelarnos. Nos explica que
ningún teórico anarquista ha planteado que con estados más pequeños será más
sencillo destruirlos, quizá por qué en su corta mirada liberal considere que
teórico sólo es aquel que vive gracias a la venta de sus teorías y no aquellos anarquistas
que teorizan en la práctica diaria militando en diversos movimientos e incluso
partidos, que los hay/habemos. Aunque no se puede reprimir recordarnos que “ellos”
ya vencieron una vez. “Algo que en España
es imposible” zanja. Y concluye diciendo que “por todo ello los anarquistas no pueden sacar nada bueno de este
tinglado”, como si los anarquistas, como si las clases populares sacasen
algo bueno de cualquier tinglado burgués, burgués-fascista en el caso español. Sobre
el revisionismo histórico del artículo ni entrar, sólo le aconsejaría al
ilustre Manuel Aguilera que visionase “Tierra y Libertad” ya que me temo que
leer algún libro que no esté firmado por Pío Moa será un sacrilegio a su
intelectualidad.
Sea como sea, el caso es que más allá de la estrategia a
veces se impone la táctica. Conocer al enemigo y sus debilidades y golpear,
golpear duro sobre la herida. “Castígale
el hígado, Rocky, castígale el hígado” me grita Paulie Pennino desde el
rincón, y hoy por hoy el hígado dañado en el cuerpo del estado español se llama
Catalunya, y quien quiera luchar contra los herederos de aquel fascio que llenó
cunetas y cementerios debería estar al lado del pueblo catalán. Porque como
decía Leonard Cohen "A veces uno
sabe de qué lado estar simplemente viendo quiénes están del otro lado”
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