LA SANGRE CALIENTE DE MIS MANOS
Dicen
los medios que nadie podía esperar un comportamiento así, que era un tío
normal, que incluso hay quien afirma que iba a Misa todos los domingos. Un buen
trabajador, una buena persona afirman, pero de sus manos cae aún un hilo de
sangre caliente, porque la sangre vende en prime-time.
Una
vez al año colocamos puntitos lilas en nuestras ventanas y dormimos con tapones
de algodón en los oídos para no escuchar a los vecinos. Nos concentramos ante
las instituciones y en la calle, porque las concentraciones limpian nuestra
conciencia, y de nuestras manos cae aún un hilo de sangre caliente.
Hoy
hablamos de acabar con una “lacra” que siega la vida de centenares de madres,
compañeras, amigas, y mañana cuestionamos los datos y equiparamos balanzas, y
desestimamos realidades, porque “ellos” también son víctimas. Curiosa balanza
desequilibrada, donde las excepciones son portada y el problema una nota a pie
de página. Y de las manos de los editores cae aún un hilo de sangre caliente.
Porque el hombre que muerde al perro bien merece un titular.
Y
mientras todo esto ocurre, miles de asesinos recorren nuestras calles, nuestros
paseos, nuestros bares, impunes, mientras de sus manos cae aún un hilo de
sangre caliente, y compran gafas de sol en invierno para sus amantes-esposas.
La
prevención no existe, y seguimos por la senda de la superioridad de Genero.
Estereotipamos comportamientos androcentristas. Reproducimos la cultura del
masculino singular. Escondidos en cifras, porcentajes, desigualdades,
encasillamientos, y especializaciones. La sociedad es la culpable que yo no soy
así, que la quiero, pero se empeña en llevar esas faldas tan cortas, y
provocan, y me seducen, y me violan, y uno no es de piedra, y de mis manos cae
aún un hilo de sangre caliente.
Y
cuando la amenaza deja de ser verbo, entonces victimizamos a la victima, la
señalamos, la apartamos, le damos una nueva vida porque la suya la perdió por
libre elección. Ellas son las culpables, culpables de si mismas y las protegemos
como protegemos a los corderos de los lobos, entre alambradas, con perros
guardianes. Las desarraigamos de la sociedad y las obligamos a renacer,
mientras el asesino sigue yendo tranquilo de la casa al trabajo, paseo por el
bar, y gritos de acera a acera. PUTA. Y lo vemos mientras de nuestras manos cae
aún un hilo de sangre caliente.
Y el
lobo es conocido, sabemos donde vive, pero él no tiene seguimiento, ni es
señalado, ni acusado, ni sufre desarraigo, ni pierde su pasado, y sino empuña
un arma y olvida la orden de alejamiento, todo quedará para él en un mal trance
que olvidará mientras busca una nueva oveja. Un separado más, un divorciado con
rencor. Y la ruleta girará nuevamente mientras de sus manos cae aún un hilo de
sangre caliente.
¡Ay
de nosotros, sociedad enferma! 39 denuncias acumulaba el agresor, ¿Cómo íbamos
a saber que se atrevería a saltarse una orden de alejamiento? Caerá la Justicia
con todo su peso sobre él, pero ella está muerta, hoy lo lamentamos tras una
pancarta, bajo la lluvia para mayor teatralidad, y de la pancarta, hoy también,
cae aún un hilo de sangre caliente.
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