MORIR EN EL TRABAJO
Decía Montesquieu que cuando la muerte ha igualado las
fortunas, las pompas fúnebres no deberían diferenciarlas. Sin embargo todas
somos conscientes de que la igualdad de los muertos no es tal; panteones,
estatuas y libros de texto nos demuestran que la desigualdad se mantiene
eterna. Existen los muertos anónimos, la mayoría, y los muertos perennes, esos
que nadie olvida. En esta segunda categoría predominan quienes en vida hicieron
fama y fortuna con la espada, el poder, y la tiranía, aunque existen siempre
honrosas excepciones populares, de gentes rebeldes que el clamor popular ha
hecho imposible borrar las huellas dejadas.
La muerte es ineludible, pero tampoco todas las personas
llegamos de la misma manera. Hay a quien le llega por el simple desgaste de la
vida, hay quien la busca, quien gusta de vivir al borde del precipicio, y hay a
quien le llega prematura por obligación. Es de estas últimas de las que quiero
hablar, de aquellos y aquellas que son obligadas a jugarse la vida a diario
para poder vivir. Jugarse la vida para vivir, el concepto. Y dentro de este
grupo, hoy hablaremos de los que para comer tienen que trabajar, y en el
trabajo pierden la vida.
Más de 600 muertos anuales en el trabajo en el Estado, cifras
que llegaban a casi el millar antes de que estallase la crisis/estafa que nos
golpea. Más de 60 en Hego Euskal Herria, con un índice de siniestralidad más
alto que la media del Reino. Personas que abandonaron sus domicilios para
cumplir con la rutina laboral y que jamás regresaron. Personas que no ocuparan
más que un breve en la prensa local, y que al día siguiente serán olvidadas.
Muertes sobre las que lo normal es que no se busquen responsables, y jamás se
depurarán responsabilidades. No son nadie.
Pero no ocurre así siempre. Hay personas que fallecen en sus
puestos de trabajo y son elevados a la categoría de héroes, aunque su heroicidad
sea de dudosa catalogación. También puede ser dudosa su categorización como
trabajadores, pero ese es otro debate. Hablo de ese piloto de caza que muere al
estrellarse el avión que pilotaba. El soldado profesional que muere en el
frente de algún país invadido. O el policía al que le da un infarto en su
puesto de trabajo. Sí, son accidentes laborales, aunque en el caso del infarto
y en cualquier otro sector te tendrás que pelear vía tribunales el
reconocimiento, y en este caso, sin embargo, homenajes, medallas y minutos de
silencio.
No, no se mal interprete. Lamento el fallecimiento de ese
trabajador, pero el mismo día que el ertzaina moría, un camionero también lo
hacía a escasos 45 km, por las mismas causas. Sin embargo, en este segundo caso
nadie criminalizará a las condiciones laborales, nadie ha realizado minutos de
silencio, nadie.
600 muertos anuales. 600. Eso supone que de cada 8000
personas trabajadoras, 2,4 personas morirán este año. ¿Por qué cada 8000?
Porque 8000 es la plantilla de la Ertzaintza. No, no se trata de cuotas, nadie,
NADIE debería morir en su puesto de trabajo. NADIE debería morir por ganarse la
vida. Y desde luego, no debería haber muertos de primera y de regional
preferente. Si una muerte nos enerva y hemos de buscar responsables, y queremos
depurar responsabilidades, quizá debiéramos exigirlas para todas las muertes,
quizá deberíamos ver a más empresarios pagar por sus negligencias.
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