PISANDO CHARCOS
Llueve. Algunos respiran, otros lo sufren, mi hijo lo
disfruta con sus botas de goma. Salta, chapotea, ríe. En casa tocará cambiarle
de ropa y meterle entero a la lavadora, pero ¿Cómo negarle ese placer primitivo,
puro, sincero? Y me pregunto cuándo empezamos a asumir lo negativo de pisar
charcos. ¿Cuándo llegamos a la conclusión de que es más importante el pantalón
limpio que la sonrisa en la cara? No tengo la respuesta. Tampoco tengo la
respuesta para miles de otras preguntas. Soy bastante estúpido y sigo
disfrutando de salpicar en los charcos, aunque a veces no sepa salir de ellos,
y quizá, éste en el que me voy a meter me hunda y me ahogue, pero lo haré con
una sonrisa, si no de felicidad, sí de plenitud. Porque estoy orgulloso de mi
pasado que me ha permitido llegar hasta aquí y ser quien soy. Y si me
equivoqué, estoy seguro que gracias esos errores yo soy yo y no lo que otros y
otras quisieran.
La cuestión es que hace unos días me encontré con una antigua
amiga a la que hacía más de un lustro que no veía. La descubrí maravillosa, con
su sonrisa perenne, con sus abrazos sinceros. Todo va bien. Tenemos tanto que
agradecernos. Aprendimos, nos aprehendimos, y lo hicimos todo mal, fuera de lo
convencional. –Me cambiaste- espeta. –No más que tú a mí- replico.
Nos conocimos en soledad. Ambos buscábamos diversión, y
encontramos cariño, que no amor. Yo deseaba sentirme a sus pies, ella halló a
su Diosa interior. Yo era feliz en su placer, ella gozó sin remordimientos, ni
culpas, ni pudor. No había latex ni fustas, aunque sí correas, reglas,
rotuladores e imaginación. Morbo a raudales, ella Diosa, yo servil. Y se
terminó. La vida da muchas vueltas. Las cuerdas eran para la cama, y no para
vivir, y yo quería lo que ella no quiso, y el resto fue historia. Páginas
maravillosas escritas entre sudor, pasión, risas, y también buena amistad. Yo
continué con mi vida. Ella siguió en su Ribera y yo en mi Gasteiz.
-Me enseñaste todo un mundo que desconocía, y de tener un
perrito ahora tengo una jauría- Ese acento, esa sonrisa, no existe mejor
definición de la alegría. La abracé, todavía no era la despedida. -¿Un café?-
Casto, amigable, divertido, lleno de recuerdos sin añoranzas. –Ahora cobro,
¿Sabes? Descubrí que por lo que me gusta hay quién está dispuesto a pagar.
Tengo a mis pies sus cuerpos y sus carteras. Yo elijo, yo dispongo.- Mis ojos
delatan mi sorpresa, no juzgo, me río. -¿Me invitas al café?- Dentro de otro
lustro quizás la invite yo.
Nos despedimos, ha empezado a llover. Por el camino me encuentro
un cartel, “Shibari, el arte del bondage”
organiza un grupo feminista. Otras las critican. Yo recuerdo el tejido de
arroz rodeando mi cuerpo. Eran cuerdas blancas, quizás pensamientos negros. En
la red me dicen “Hola putero” y no
olvido tiempos peores o distintos, y los parkings, y las áreas de descanso de
carretera, alguna cabina de camión. Pero son más de cuarenta años, y sólo es mi vida. Son muchos días
para pisar charcos, y quizá sea cierto que tenía que haber mantenido impolutos
mis pantalones blancos. Ya lo decía al principio, soy estúpido, no comprendo.
Tampoco entendía al cura cuando me decía que la moralidad es la base de una
sociedad sana. De igual forma no desisto de pisar los charcos y embarrarme,
dejo a otros y otras el pedestal de impoluto mármol níveo. Que me desollen con
su razón, yo seguiré viviendo con mi pasión.
Quizá esté equivocado, errado. Desde luego no soy capaz de
juzgarlo, lo que me extraña es que quien no ha bebido vino sepa tanto sobre su
sabor.
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