EL ORGULLO DEL MIGRANTE
Me
llamo Luis María Salgado y soy sobrino, hijo, nieto y biznieto de migrantes,
personas todas ellas que escaparon de sus realidades cotidianas de miseria y
hambre en pos de una tierra mejor, de una vida mejor. Tengo, o tenía, familia
dispersa por Venezuela, Alemania, Francia, Suiza, Portugal y en buena parte del
Estado.
Recuerdo
a fuego, aunque ahora todos parezcan olvidarlo, o simplemente no quieran
recordarlo, cuántas veces he tenido que escuchar como se utilizaba el gentilicio
de mis raíces paternas de forma despectiva y peyorativa. ¡Gallego! Decían. Y
con esa palabra querían definir a una persona mezquina, ruin, que trabajaba por
menos dinero que los nativos, cuando no que trabajaba de forma fraudulenta. El
popular “chapuzas” tenía, para la mayoría, acento galaico.
Viví
la crisis de los 80 en Zaramaga, con mis progenitores en paro. 5 años duros,
muy duros para un niño que apenas empezaba a comprender el mundo de los
adultos. Se abrían entonces teléfonos para chivatos, (¿les suena?) donde uno
podía llamar si intuía que su vecino cobraba el paro mientras trabajaba de
forma irregular. Cualquier obra en un portal, en una tienda, en un bar, eran
inspeccionadas sistemáticamente. El fraude social, esa gran lacra. Mientras la
corrupción de guante blanco campaba a sus anchas.
Y los
gallegos estaban en boca de todos, (también andaluces, extremeños, la etnia
gitana... pero entiendan que me centre en lo que me tocó más de cerca) Bajabas
a la panadería y siempre escuchabas a alguien criticar, o directamente acusar a
fulanito o menganito de estafar y robarnos a todos. A veces, incluso, tenías
que escuchar el nombre de tu padre salir en la conversación hasta que alguien
se percataba de tu presencia y se hacía el silencio, incómodo, pero sobre todo
dolorosamente soez.
Ahora
todo aquello parece olvidado, y son los propios migrantes de otras épocas los
que olvidando su pasado atacan a los migrantes de ahora. Dicen que es
diferente, que ellos y ellas vinieron a trabajar, y que los “moros” vienen a
vivir de las ayudas sociales, a defraudarnos a todos. Otra vez el fraude
social, el temible fraude social, mientras devoramos y callamos casos Bárcenas,
Pujol, EREs, etc.
Entonces,
como ahora, los juzgados populares se basaban en algo que existía, no se puede
negar, y lo aumentaba sin rigor. La generalización era el pan de cada día, sin
embargo algo fundamental a cambiado en mi ciudad, en Gasteiz, desde aquellos
años a estos. En la Gasteiz de los 80 las instituciones Gasteiztarras y
Alavesas pusieron medios y recursos para la integración, para la desestigmación
de aquellos colectivos. Campañas contra el ataque al diferente, al migrado.
Hoy, por contra, tenemos a los pirómanos en el Ayuntamiento y la Diputación
echando gasolina a las ascuas con total irresponsabilidad.
En
2011, en plena campaña electoral, el Partido Popular desempolvó la xenofobia a
raíz de la apertura de una mezquita en Zaramaga, a apenas 50 metros de mi casa,
y sentí asco, repugnancia e impotencia, al ver la reacción de mis vecinos,
extremeños, andaluces, gallegos... personas migradas en los 60 y 70. Sentí
asco, repugnancia e impotencia, al ver como neo-nazis de Nación y Revolución
paseaban impugnes en cabeza de las manifestaciones, con sus esvásticas, sus
Totenkopf tatuadas junto a un conocido hostelero de Zaramaga de origen gallego.
Por suerte todo quedó en unas pintadas y unas vísceras de cerdo derramadas por
una lonja vacía.
Hoy
El Correo Español dedica uno o dos artículos diarios a estigmatizar a las
personas migrantes, Maroto y De Andrés acusan, señalan y marcan con una diana a
esas personas, y yo me repugno, me doy asco por no conseguir enfrentarme con
eficacia a estas asquerosas políticas, y me asusto cuando leo que 8 de cada 10
vitorianos están de acuerdo con el discurso de estos dos impresentables. Por
eso me hago una promesa cada día en el espejo: No voy a callarme, no me
callarán. Yo también soy migrante, y orgulloso.
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