JENARETE Y CORTADILLO
La
picaresca, o novela picaresca fue un género narrativo en prosa muy
característico de la literatura española del llamado Siglo de Oro abandonado,
al quedar demostrado, que la realidad siempre supera a la ficción y que a nadie
le gusta verse reflejado en un texto burlón. Así, el Reino de España, hogar de
pícaros, ladrones y estafadores varios ha llegado a nuestros días sin Cervantes
ni Quevedos que lo retraten.
Han
progresado los pícaros, eso sí, ya no son aquellos personajillos de bajo rango
social, descendientes de padres sin honor o huérfanos. Siglos de práctica, de
saber arrimarse a buenos árboles, les han permitido vestir traje y corbata,
arrimar maletín, y ser ejemplo de emprendimiento. No cortan bolsa con navaja,
ahora la estafan con acciones y el beneplácito de una corte de aduladores, que
incluso del Gobierno los aplauden. Contraviniendo aquella norma no escrita del
pícaro novelado, en la que no cabía mejora en la condición. Han caído en el
error Don Gregorio Guadaña o El Buscón.
Pareciera,
ahora bien, que ser pícaro sea profesión noble y artera, viendo como ves a sus
oficiantes ocupar los mejores asientos en esta función que es la vida. Los
ocupan todos, desde el Gobierno a la Oposición, desde el Santander hasta
Gowex. Y aquí no hay distinción entre
las diferentes naciones asentadas en el reino castellano. Ni catalanes ni
vascos hacen distinción y De Miguel o Pujol, ITV o TAV, la picaresca lo recorre
todo desde el Llobregat hasta el Nervión.
La
última noticia, el último escándalo lo ha provocado un inefable aguador, de
aquellos que convierten el agua en vino adulterando el alcohol. De la noche a
la mañana descubrimos que era rico, el mayor emprendedor. Loas a su capacidad,
a su determinación. Jenarete García (que a quién nombre no tenía, García le
ponían) era el espejo de la España audaz, de la desvergüenza. Recuerdos de
gomina de aquel intrépido banquero, ejemplo y profesor de economía que piso la
cárcel por una estafita en Banesto, y es que no aprendemos.
Así,
tras su meteórico ascenso a la cumbre, en apenas unos días descubrimos que lo
suyo era mentira, y que no existía tal dinero. Jenarete había aguado con ¾ de
agua lo que nos vendía como litro de vino. Nos rasgamos las vestiduras, algunos
incluso nos reímos. O afilamos las guadañas, o nos robaran todo el trigo,
bandas de malandrines, rufianes y bandidos, engalanados con Gaviotas, Puños, o
¡voto a Sabino!
Yo lo
dejo aquí, que no quisiera, ofender a ningún pícaro que me leyera, sabiendo
como sé que nos rodean y lo que es aún peor, que nos manejan. Hartito me
tienen, me roban, se ríen, y para mayor Inri, vas tú y les votas.
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