REVOLUCIONARIOS DE SALÓN
Cuenta la leyenda que aquella era una guerra
justa, si es que alguna vez existió justicia en la muerte del pueblo. Pero sí,
dicen que era justa porque al menos, en aquella guerra, en uno de los bandos,
el pueblo decidía sobre su sangre derramada. Quizá por ello la llamaron “La
última guerra por la libertad”, y por el resultado quizá también fue la última
derrota.
Como
toda leyenda que se precie, ésta también está plagada de gestas, de héroes, de
mentiras y medias verdades que enmascaran la verdad y le dan su halo de
epopeya. Pero al tiempo también sirve de enseñanza, y aprendizaje para quienes
no la vivimos y sólo la revivimos en las batallitas de nuestros mayores, en la
tradición oral, en las noches sin luz y televisión, si usted tiene la fortuna
de vivir alguna noche así.
De
todas las historias que en mi vida he escuchado, aquella que enganchó mi
moldeable imaginación infantil fue la toma de la Colina 626. A sus faldas
llegaron cuatro batallones de curtidos dinamiteros del carbón, de ferroviarios,
de metalurgicos, y sindicalistas varios, entre todos y todas sumaban 1000
almas, más de 7000 litros de sangre trabajadora. La colina era una mínima
elevación del terreno en un terreno llano como la palma de mi mano, y desde
aquella atalaya dos nidos de ametralladoras asesinas controlaban el único paso
del Río que partía en dos aquella meseta, llana, seca y sin sombra tras la
siega. No había en lo alto soldados suficientes para recoger y doblar la
bandera de la Plaza Colón de Madrid, y no se esperaba que el asesino mandara
refuerzos, de forma que los aguerridos guerreros se apostaron rodeando la
Colina, y rápidamente levantaron campamento y amplia tienda central de mando
dónde asambleariamente se reunieron los representantes de todas las secciones
para dilucidar el plan de batalla.
Abrieron
la asamblea los representantes sindicales por ser el mayor número. Dieron
lectura a un comunicado del alto mando en el que se conminaba a tomar la Colina
a la mayor brevedad para afianzar el paso. Seguidamente, y tras hacer una
lectura fiel de la situación concluían que un asalto frontal significaría la
muerte de cientos de milicianos por la posición privilegiada de las
ametralladoras y la falta de parapetos en el ascenso, por lo cual abogaban por
el diálogo con los sitiados para lograr una rendición pacífica y sin victimas.
-¡¿Dialogo?! ¡Jamás!- gritaron al unísono dinamiteros, ferroviarios y
metalúrgicos. –La sangre derramada de tantos compañeros exige una respuesta.
Debemos tomar la Colina por la fuerza y sin hacer prisioneros- Sin embargo poco
tardaron en salir voces dubitativas. –Aunque quizás el ataque frontal no sea la
mejor solución, habría que apostar por ataques coordinados desde diferentes
puntos, y hacerlo en oleadas- lanzaron los ferroviarios, a lo que los
metalúrgicos respondieron estar de acuerdo siempre que la primera oleada, que a
todas luces sería la que menos probabilidades de éxito tendría, la compusieran
quienes habían hecho la propuesta. En ese momento los ferroviarios, creyendo
que los metalúrgicos estaban intentando diezmarlos para lograr un mayor poder a
futuro, mostraron su indignación y se levantaron de la mesa antes de escuchar
la expeditiva propuesta de los dinamiteros quienes, basando su estrategia en su
experiencia en las minas, propusieron volar la colina provocando las risas de
sus compañeros. Ofendidos los dinamiteros siguieron el mismo camino de los
ferroviarios. Por su parte metalúrgicos y sindicalistas viendo diezmadas sus
fuerzas con la ausencia de las dos secciones anteriores decidieron dar por
finalizada la reunión y convocar una nueva asamblea para el día siguiente en la
que intentarían limar asperezas. El sol empezaba a descender cuando la Gran
Tienda quedaba vacía.
La
noche era larga y, como toda noche que se precie, oscura, y en ella los
pensamientos fluyen y entre los batallones se abrieron debates, se calentaron
bocas, se alzaron voces, y al alba todo había cambiado. Los sindicalistas
habían optado por intentarlo y abandonaron la disciplina del grupo, ascendieron
la Colina con la intención de negociar, pero nadie les volvió a ver bajar,
aunque hay quien dice que terminada la Guerra a algunos de ellos se les pudo
ver ocupando Ministerio, Cartera y vehículo negro. Los dinamiteros no habían
estado parados tampoco y habían minado la base completa de la Colina y la
hicieron estallar al tiempo que los primeros rayos de sol iluminaban las
columnas de metalúrgicos que caían
desangrados por las explosiones intentando alcanzar infructuosamente una
cima a la que jamás llegarían. Los ferroviarios, sintiéndose traicionados por
sus otrora compañeros de batalla se atrincheraron en sus ideales y dispararon a
todo quien se moviera, -¡Traición!- Gritaban mientras disparaban.
Y
así, dos años más tarde en todos los libros de texto podían leerse loas a los
valientes guerreros de la Colina 626, capaces de defender una Colina sin gastar
una bala. No fue necesario, ya que su fe hizo que Dios mismo bajase del Cielo y
crease el caos en el enemigo. Por su parte, 70 años después, ferroviarios,
metalúrgicos, dinamiteros y sindicalistas aún guardan recuerdo, odio y rencilla
por aquel episodio y escriben tweets flamígeros para acabar con ese recuerdo,
hablan de generar hegemonías, hablan de ser puros, y no olvidan, no olvidan que
todos somos traidores potenciales. Y así, las Colinas siguen plácidas,
relucientes en sus lugares.
Para
tanta pureza no tengo ya paciencia y el hartazgo es tal, que hoy es el día en
el que me da tanta pereza leer críticas inteligentes, mordaces y sesudas sobre
cómo la izquierda traiciona a diario sus ideales, y cómo unos y otras abandonan
el barco a la menor incoherencia, escribiendo grandes Catilinarias desde el
salón. Y mientras esto hacen, mientras dicen que la izquierda política no
existe, que las urnas no sirven, no veo yo asambleas hablando de revolución, no
veo planes para asaltar el poder, ni siquiera en la CNT, que, con voz baja
menta la Huelga General, pero tampoco plantea nada más allá de la protesta. Yo
también estoy de acuerdo, el cambio no llegará de las urnas, pero me niego a
quedarme sentado, escribiendo, hablando y protestando. Con incoherencias y sin
ellas prefiero hacer poco y mal, que nada perfecto, porque una cosa tengo
claro, el enemigo está en la Colina, no es el compañero que está a mi lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario