EL SILENCIO GALLARDONIANO
Hoy,
que todos hablan de la nueva reforma del código penal del ilustre Fachardón, a
mi me apetece hablaros de mi padre. Porque eso es lo que tiene la asociación de
ideas. Y porque para mí, esta reforma me recuerda a mi familia, que le vamos a
hacer.
Mi padre
es un hombre nacido en el declive del IIIReich, cuando en estos lares el
exterminador de las patas cortas todavía no había comenzado a inaugurar
pantanos inmerso como estaba en llenar
fosas. En un pueblo perdido de la arcaica Galiza rural, a caballo entre
Portugal y España, con la única industria del estraperlo. Con pocos años vio
como su hermana se casaba con un Guarda Fronterizo de la PIDE y se iba a vivir
a Porto. Al tiempo que él, con su madre se trasladaba a Ourense.
Fue
mi padre trabajador de temprana edad, transportando masa y ladrillos con 11
años, viviendo o malviviendo en el extrarradio. Acostumbrándose a la vida en
color sepia del franquismo. A bajar por
las cuestas de O´cumial con su cuadrilla en grupos de 3 para evitar ser detenidos aunque su único
delito fuera ser joven y querer disfrutar de la vida, unas películas de
vaqueros en la sesión continua desde el gallinero mientras escupían pipas a los
“adinerados” sentados abajo en la platea y comer un bocadillo de orella antes
de volver a su casa por carreteras empinadas y vacías. Conoció el silencio
obligatorio.
Emigró
a Suiza y de allí a Gasteiz para ser testigo de los asesinatos del 3 de marzo.
Y con ese bagaje entró en la
“democracia”. Callado y reservado. El silencio es virtud cuando el miedo lo
inunda todo, cuando has vivido que todo es ilegal o pecado. Evitando el
posicionamiento político. Esquivando las preguntas incómodas que su hijo le
hacía al pasar por fábricas con muñecos colgados en las paredes durante la
crisis de los 80. 5 años de paro, pobreza y miseria en una Zaramaga decadente,
Bronx vitoriano.
Vio y
vivió, no sin temor, como su hijo se formaba políticamente. Y lo vigiló de
lejos. Ni un reproche, pero sí miedo. “Ten cuidado donde te metes”. Instinto de
protección.
Estrenamos
el Mercado Común y la libre circulación de personas haciendo un viaje a Porto,
a Leça da Palmeira a ver a mis tíos. Habían pasado años de la Revolución de los
Claveles, el PIDE había sido sustituido por la Guardia Nacional Republicana, y
mi tío había sido trasladado a funciones de cuartel. Allí, al cuartel de la GNR
en Porto fuimos a visitarle y al bajar del coche, ya en el interior mi padre se
volvió hacia mí con una amplía sonrisa; “Hijo, aquí puedes gritarlo sin miedo
¡Viva la República!” No sé si mi padre es republicano, sinceramente no lo creo,
pero en ese momento pude ver en sus ojos el brillo de un niño que hace por
primera vez una travesura, y entender un poco más que han supuesto 40 años de
obscuridad para toda una generación.
Hoy
mi padre es un hombre más libre, aunque comparta o no sus ideas, se ha ido
liberando poco a poco de las cadenas impuestas. Porque al contrario de lo que
nos han querido enseñar, nadie se acuesta monárquico y se levanta republicano,
ni se pasa del fascismo a la democracia en una transición tramposa y falseada.
Las ideas como las frutas maduran con el sol, y en el Estado fallido que es el
Reino de España el sol ha sido ocultado mucho tiempo por gentes que cantaban y
cantan frente al mismo con el brazo en alto. Por eso, para mí, ahora que miles
de mentes sesudas analizan el despropósito Gallardoniano, me resultan mucho más
sabias y enriquecedoras las palabras que mi padre utilizó ayer durante la
comida para describirlo; “no se puede esperar que los que nunca se han ido
hagan otra cosa, nunca les ha gustado la libertad”
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