DE IRIZAR A LA
REVOLUCIÓN
Dicen, quienes me conocen, que con la edad me he vuelto más
pragmático y posibilista. La verdad es que no seré yo quien les desmienta,
porque opinar sobre uno mismo siempre es una acción subjetiva y de parte. El
caso es que es cierto que la idea romántica de la revolución que sustentaba en
mi juventud pasó a mejor vida. Ahora masco, saboreo y digiero cada bocado. Veo,
cual Galeano de tres al cuarto, que la Utopía es el camino e intento no dejar
de caminar. “I´m a poor lonesome cowboy…”
Sigo creyendo en la necesidad de revolucionarlo todo, de que
este mundo no se merece este Sistema, de que nadie es más que nadie. Al tiempo
que intento no engañarme, no estamos preparadas. No, estamos muy lejos de del
sol poniente, y no viajamos en un corcel blanco, cigarro en comisura y guitarra
bandolera. Asusta saber que lo que nuestros abuelos defendían, sin apenas saber
leer, hoy nos parece locura. Asusta pensar que lo que ayer era reformismo hoy
parece revolucionario. Asusta, pero el primer paso es reconocerlo.
Me gustaría ser puro, casto y sabio, como quien me explica lo
que quiso decir Marx, o Bakunin, o Adams, pero soy preso del tiempo en el que
vivo, y hoy estamos lejos de poder exigir los medios de producción. Estamos a “dos mil años luz” de la conciencia
colectiva. Vivimos en tiempos del Ego sumiso e infeliz, y para avanzar, para
reaprender y aprehender a caminar primero hay que saber poner un pie delante de
otro. Descubrir lo bello entre la basura, esa flor naciendo en el vertedero que
te indica que debajo de la basura, incluso entre ella, puede crecer la vida,
otra vida.
En un Sistema en el que las empresas y los empresarios
(especialmente los empresarios estrella, Roig, Ortega, etc) son dioses
benefactores, que crean empleo y riqueza, pero son totalmente irresponsables de
las crisis, los despidos y cierres, a veces también puedes ver esperanzas
floreciendo. Por eso, apuestas como el Nuevo Estilo de Relaciones, NER,
impulsado por Koldo Saratxaga y otros soñadores tienen mucho de positivo que
incluso desde la izquierda tendríamos que poner en valor.
Por supuesto, el NER no es un modelo revolucionario. No,
claro que no, no me lapiden los puristas, pero fíjense en el planteamiento;
empoderar al trabajador y democratizar las relaciones empresa-productor. No, no
ponen en cuestión el Sistema Capitalista. No ponen en cuestión la propiedad
privada. Incluso podéis decirme, y seguro que tendréis razón, que no ponen en
cuestión la acumulación de riqueza, aunque yo creo que al menos proponen un
reparto algo más justo, pero no los defenderé. Sin embargo, y aquí está la clave,
para la mayoría social, para quienes no se han dedicado la vida a analizar “el
Capital”, “La conquista del Pan” o “Dios y el Estado” la propuesta es lo más
cercano a una clase magistral y práctica de empoderamiento.
En un tiempo en el que la clase trabajadora ha asumido su rol
de subordinada; subordinadas a la política, subordinadas al empresario, al
encargado, subordinadas e ignoradas. Muy profesionalizadas, eso sí. Hemos llegado
al punto en el que es el “mercado” y las empresas las que proponen el modelo
formativo. “…Hay que estudiar, algo con
porvenir. Hay que estudiar, algo para escapar. Una carrera con salida…” ¿Dónde
queda el interés formativo del individuo? ¿Dónde el interés vital de las
personas? A quién le importa. Nacemos para ser engranaje.
Pero el NER rompe, en parte, esa visión. Plantea dos asuntos
cruciales sobre el empleo;
- · La empresa no es un ente ajeno a la sociedad que la rodea.
- · Las personas que componen la empresa, son la empresa.
Con estas dos premisas, si bien no se rompe el sistema, lo
que sí se logra es empoderar a la clase trabajadora. Romper el estigma de la
incapacidad, de lo imposible. Esas reglas no escritas que dicen que los
trabajadores no pueden “gestionar”, mientras en estas empresas se les plantea
que sí, que sus opiniones, sus ideas valen. Esas reglas no escritas que dicen
que las trabajadoras tienen que estar atadas a normas estrictas porque si no se
desmadran, mientras ven que no, que se puede tener en cuenta sus necesidades,
sus anhelos, que se pueden eliminar normas y sustituirlas por consensos. Dicho
de forma simple. Aquellas personas que desarrollan su vida laboral en base a
esta filosofía se sienten dueños de su trabajo, o al menos, mucho más dueños
que en otros ámbitos, ¿Y no es ese el primer paso imprescindible para que
puedan llegar a cuestionar y cuestionárselo todo? ¿Es que ese cuestionamiento
no es la base de todo proceso reflexivo revolucionario?
Sí, es doloroso pensar que la propuesta más útil a la
revolución no venga del mundo sindical, pero quizá sea que hace tiempo que el
sindicalismo (siempre hay excepciones) dejó de lado la formación y el
empoderamiento de las trabajadoras limitándose a aportar y generar modelos “defensivos”
y de servicios. Quizá sea que desde la izquierda, sobre todo desde aquellos
maxi-teóricos-puristas, se habla de términos como la autogestión, el control de
los medios de producción, la nacionalización… etc, pero solo se plantean en el
plano teórico. Falta praxis revolucionaria, falta gimnasia revolucionaria, y se
sorprendan o no, el NER está más cerca de los postulados de Kropotkin del apoyo
mutuo que círculos, asambleas o discursos. Haríamos bien, al menos, en observar,
porque incluso Vercingentorix aprendió de Julio César para combatirlo.